miércoles, 20 de febrero de 2008

El rizador

8:30

Ramiro Miró era un hombre feliz. Acababa de dejar a su mujer en la habitación del hotel, encantada de la vida por haber tenido la oportunidad de acompañarle en este viaje, y, tras montarse en su Mercedes clase SL, se dirigía al hospital donde le esperaba el gerente con el que iba a cerrar el trato de la compra del nuevo mobiliario del centro. Con esa inesperada venta, cubría con creces el objetivo de ventas anules y al mismo tiempo, lo hacía en el mes de marzo. Todo lo que viniese en adelante sería en forma de incentivos.

Por otro lado, había quedado a comer con la mujer con la que llevaba chateando desde hacia ya unos meses, y cuyos presencia acaparaba sus sueños toda las noches. Había sido aquella un conquista difícil. Básicamente por las circunstancias que rodeaban el cortejo. Él era un delegado de ventas de una empresa con sede en Madrid. Casado y con un hijo adolescente, los años no se reflejaban demasiado en su aspecto externo. Eso le permitía siempre mentir con respecto a su edad, y presentarse más como un treintañero en la flor de la vida, que como un maduro cuarenton. Ella en cambio era una joven con su tercera década recién estrenada, que llevaba la contabilidad de una pequeña empresa dedicada a la exportación de vegetales en Murcia. Una chica misteriosa y seductora, que auguraba el acceso al Olimpo de los dioses si se lograban abrir los múltiples candados que custodiaban la puerta del mismo.

Decididamente aquel iba a ser su gran día.

11:30

El montacargas paró en la séptima planta del hotel y abrió sus puertas. Tina Romero salió del mismo arrastrando sus pies y el carrito de la limpieza. Toallas y artículos de tocador, se mezclaban con el mocho de la fregona y el aspirador. Como cada día desde hacía ya más de tres años se disponía a arreglar las distintas habitaciones de la planta.

Llamó con los nudillos a la 215 y, tras la ausencia de respuesta, entró en la misma.

Hacía unos minutos que Ana Hermida había terminado de vestirse y se encontraba sentada en el borde de la cama perfilándose las cejas, cuando la puerta de la habitación se abrió sobresaltándola. Unos instantes antes, cuando aún estaba desnuda hablando por teléfono tras secarse y rebuscaba en la maleta su ropa interior, la situación hubiese sido bastante embarazosa. Sin embargo, la fortuna había dictado que todo quedase en un susto momentáneo, solventado con la caída de las pinzas depilatorias que, delicadamente, sujetaba entre sus dedos.

- Perdone señora – dijo Tina al tiempo que con el rabillo del ojo veía como algo metálico rebotaba en la moqueta quedando semioculto debajo de la cama. – Había llamado y no respondió nadie, y ....

- Tranquila, tranquila – respondió Ana. – Estaba concentrada y no le he oído llamar. ¿Va a hacer la habitación?

- Sí señora, pero no se preocupe que vuelvo en otro momento.

- Muchas gracias – sonrió Ana al tiempo que se levantaba. – En cinco minutos dejo la habitación y puede hacerla.

- Gracias.- acertó a decir Tina mientras se daba la vuelta abandonando la estancia

Ana continuó con la sonrisa en la boca aún cuando la mujer de la limpieza ya se había ido. Lo cierto es que ese rictus facial no la había abandonado desde que su marido le propuso el viaje. Había sido una sorpresa para ella. Normalmente a Ramiro le gustaba ir solo en sus viajes de negocios. Decía que así se concentraba en el trabajo. Sin embargo esta vez, se encontraba eufórico. El negocio que traía entre manos era pan comido y había querido celebrarlo en su compañía.

No había costado mucho faltar en la oficina ese día. Un hijo enfermo era una excusa valida en una persona que apenas si faltaba a su trabajo. Además el gesto de su marido había propiciado una ardiente noche de sexo como hacía tiempo no tenía. Se humedeció solo de recordarlo.

La melodía de su teléfono, hizo que volviese rápidamente a la realidad. Ramiro estaba al otro lado. “Hola cariño. ¿Que tal estás?” – le preguntó.

- Bien. Todavía en el hotel ¿y Tu?¿Cómo vas?

- Bueno, esto se está retrasando un poco. Creo que tendré que ir a comer con el cliente, y quizás la tarde se alargue un poco. ¿Qué vas a hacer?

Pensó unos instantes. Realmente no tenía nada en mente. “Mira” – la voz de su marido volvió a sonar en el auricular.- “¿Por qué no coges un taxi y vas a Cartagena?. El Dr. Gomez me ha recomendado el Museo Nacional de Arqueología Subacuática. Creo que te gustará. Luego, si quieres, puedes pasear por la zona peatonal de la Plaza Héroes de Cavite y hacer algunas compras. Yo te recojo a eso de las siete de la tarde y ya volvemos a Madrid”

Asintió. El plan le gustaba. No conocía Cartagena y hacía tiempo que no tenía una tarde libre para ella sola.

Recordó que se le habían caído las pinzas y agachándose las recogió del suelo. A continuación, cerró despreocupadamente la maleta y abandono el hotel.

12:00

Rita volvió a golpear la puerta de la habitación 215. Era la segunda vez que lo hacía, y pese a ello espero cerca de un minuto antes de volver a abrir. Nunca le gustaba sorprender a los inquilinos en el interior, y después de la equivocación de hacia un rato, no estaba entre sus planes que esto sucediese de nuevo.

Siguiendo la rutina habitual comenzó su trabajo en el aseo. Recogió las toallas dispersas por el suelo, cambio los artículos de tocador utilizados, limpió y fregó. A continuación pasó a la habitación. La maleta de los huéspedes se encontraba en el suelo, junto al armario. La recogió y la colocó en el mueble que a tal efecto había en el cuarto. Cambió las sabanas, rellenó el minibar, cambio la bolsa de la basura y, por último, aspiró la moqueta.

Cogiendo el carrito se dispuso a abandonar el cuarto para continuar sus tareas, cuando recordó el objeto metálico que se le había caído de la mano a la señora. ¿Y si no lo hubiese recogido al no saber donde estaba? Al igual que antes había hecho Ana Hermida, Tina se arrodilló y levantando el volante de la cama, inspeccionó el suelo. Allí, a escasos centímetros de su manos, estaba el objeto metálico.

Procedió a recogerlo, y abriendo la cremallera de la maleta, lo depositó en un lateral.

Abandonó la estancia contenta consigo misma. Nadie conocería lo que había hecho. No se valoraría su perspicacia. Nadie la felicitaría por su eficiencia. Sin embargo ella sabía que realmente hacía bien su trabajo, y con eso le bastaba.

13:30

La Guía Michelin, no tiene restaurantes recomendados en Murcia. Sin embargo, sus múltiples viajes a la ciudad habían hecho de Ramiro un gran conocedor del negocio de la restauración en la capital. No había sido difícil, por tanto, quedar con su cita en el Rincón de Pepe. La elección no había sido casual, no solo por su gastronomía, si no porque el local pertenecía al hotel del mismo nombre, perteneciente a una conocida cadena hotelera nacional y era en el que había pasado la noche acompañado de su mujer.

Ramiro sonrió al imaginar el rostro de su esposa si pudiese verlo teniendo relaciones sexuales con otra mujer, en el mismo sitio en que horas antes había estado ellos dos. Se hubiese quedado totalmente estupefacta.

Cuando diez minutos después apareció la mujer a la que esperaba, su corazón se desbordó en un torrente de calidas y placenteras emociones.

- Susana. ¡Que ganas tenía de conocerte! - fue lo único que acertó a decir mientras se daban dos besos.

Lo cierto es que Susana le había impactado. Pese a que ya conocía como era, gracias a la foto que aparecía en el messenger, la mujer que se había presentado ante él superaba sus expectativas más optimistas. Lucía una llamativa y poblada melena rizada negra, que no ocultaba unos espectaculares ojos verde esmeralda. Su metro sesenta y cinco centímetros eran ocupados por unas proporciones como las que a él le gustaban. Pecho llamativo, pero sin abusar, cintura estrecha y generosas caderas. Pero lo que más le llamó la atención fue la sonrisa. Franca, abierta y sincera. Decididamente aquel era su día.

La comida transcurrió deprisa. Si bien en un principio la tirantez de la situación hizo un poco complicado el flujo de la conversación, enseguida la confianza adquirida en horas delante del ordenador compartiendo confidencias y risas, facilitó una situación más distendida que, llegado el momento, termino llevándoles a hablar de sexo.

Cuando llegó la hora de pagar y aventurarse a ir más allá, Ramiro lo tenía claro. Quería acostarse como fuese con Susana.

- ¿Y ahora qué? – preguntó Susana, mientras sonreía y le miraba con complicidad.

- Ahora te invito a tomar una copa a mi habitación – respondió Ramiro mientras tomaba su mano y la llevaba al ascensor.

14:30

Después de haber visitado el museo recomendado por su marido, Ana paseó distraídamente por la zona peatonal de Cartagena, buscando algún lugar apetecible donde comer. Tras preguntar a un policía municipal, se dirigió a un pequeño restaurante situado frente al mar. Allí, y siguiendo la recomendación realizada por el maître, eligió un típico caldero murciano regado con Jumilla Casa de la Ermita. Mientras esperaba la comida, aprovechó los rayos del sol invernal para disfrutar de su calor.

15:50

El recepcionista del hotel, vio pasar a la pareja de la mano. El señor Miró le guiñó el ojo y se metieron en el ascensor. “Vaya juerga se van a correr estos dos. Y con su mujer por ahí haciendo lo que sea. Menuda suerte tienen algunos” – pensó.

16:22

La puerta del ascensor se abrió y la joven que un rato antes había subido con el señor Miró salió a toda prisa. Detrás de la recepción el joven la siguió con la mirada hasta que se perdió de vista. Otra persona tal vez se hubiese extrañado del escaso tiempo transcurrido entre que ambos subieron y ella abandonó el hotel. Sin embargo, un recepcionista ve tantas cosas raras a lo largo de su vida profesional, que ni siquiera mientras llamaba a la habitación para saber si el señor se encontraba bien, pensó en lo anómalo de la situación.

16:23

Cuando el teléfono del cuarto sonó, Ramiro se encontraba meditando sobre lo que acontecido. Mecánicamente descolgó, al tiempo que preguntaba a su interlocutor. Tras aclarar al chico que no sucedía nada y que todo era normal, volvió a dejar el aparato en su ubicación original.

Se levantó y se acercó al espejo. ¿Cómo había podido suceder? ¿Qué había sucedido? Nunca en su vida había pasado tanto oprobio. Jamás se había encontrado tan avergonzado.

Se miró la entrepierna, aún desnuda. Aquello seguía colgando ahí, con todo su vigor. ¡Maldita sea! ¡Era la mujer más atractiva! ¡La más sensual que había conocido en su vida!. Y se había reído en su cara del tamaño de su miembro. ¡Justo el día que mas erecta la tenía de toda su vida!

Lentamente comenzó a vestirse. Cuanto antes saliese de aquella habitación, antes olvidaría el suceso. Cogió la maleta que su mujer había dejado preparada y pagó la estancia.

16:39

Sabía que no debía haber probado el vino. Siempre que lo hacía aparecían los molestos ardores. Por eso, cuando Ramiro la llamó quedando en recogerla a las cinco y media en vez de a las siete como había dicho inicialmente, Ana se sintió aliviada. Temía tener que pasar la tarde entera de pie con esa acidez. Aprovecho el rato que le quedaba para ir a la farmacia y comprar el medicamento habitual en estos casos. Con un poco de suerte a lo largo del camino se le calmaría el estómago.

20:45

El viaje había sido anormalmente silencioso. Preguntas de cortesía al comienzo del mismo, pero sin entrar a fondo en los detalles.

Si bien inicialmente Ramiro agradeció la ausencia de conversación de su habitualmente habladora mujer, con el transcurrir de los kilómetros la noto un tanto distante con él. Pese a que lo intentó en un par de ocasiones, lo único que consiguió fueron vagas respuestas sobre molestias estomacales. Finalmente decidió que tenía bastante con sus propios problemas como para ocuparse de los ajenos, y dejo de preguntarse acerca de otros posibles motivos del silencio.

21:05

Pese a las horas transcurridas, Ana no solo no se encontraba mejor, sino que su buen humor matinal se había convertido en un recuerdo perdido en el tiempo. Por eso cuando se dispuso a retirar toda la ropa de la maleta y encontró aquello, todo su malestar, todo su genio salió a relucir.

-¿Me quieres explicar lo que ha pasado en ese hotel? – dijo con voz helada a su cónyuge mientras con su mano derecha sujetaba una maleta y con la contraria un artilugio con apariencia de rizador de pestañas

Hay ocasiones en las que deseamos que, al igual que ocurre en los dibujos animados, se abra un hoyo en los pies que nos permita salir de situaciones embarazosas. A Ramiro la pregunta de su mujer le pilló con la guardia bajada y sin un agujero al que arrojarse. Un sudor frió comenzó a expandirse por su columna vertebrañ

-¿Qué?.... Ehh. ...¿Que quieres decir cariño? – por segunda vez en el día, sus palabras se atoraban en la punta de la lengua

-¿Qué has hecho esta tarde en el hotel?

- Nada, cielo......Nada. ¿Qué iba a hacer? He estado.... He pasado toda el día con el Dr. Gómez – adelantó sus manos con las palmas hacia arriba, al tiempo que intentaba sonreír de forma despreocupada, consiguiendo sin embargo, que su rostro mostrase una mueca forzada.

-¿Nada? ¿Y esto que es? – respondió su mujer blandiendo ante sus ojos el rizador de pestañas.

-¿Un rizador? – se atrevió a preguntar.

- Sí. Un rizador. Veo que lo sabes. ¿Y?¿No tienes nada más que decirme?

La atmósfera de la habitación se había vuelto gélida, desangelada, cuando Ramiro respondió sinceramente. “No. ¿No se que quieres que te diga? ¿Es tuyo no?”

-¿Mío? – la voz sonó burlona.- ¿Mío? ......¿Alguna vez me has visto rizarme las pestañas?

- No sé. Ya sabes que no me fijo en esas cosas - dudó.- Sí. Supongo que sí.

-¡Mira cerdo de mierda!– el huracán había alcanzado su punto álgido.- Esta tarde te lo has montado con alguien en el hotel, y cuando has recogido las cosas, has metido su rizador de pestañas en tu maleta por equivocación. ¡Eres un autentico bastardo!

Ramiro miró a su mujer desconcertado. Mentalmente repasó lo que había hecho después de vestirse y recordó que no había tocado en absoluto la maleta salvo para cogerla. Sintió un alivio momentáneo. Después de todo, se trataba de un error. Un lamentable malentendido.

Ese segundo de vacilación en el que Ramiro alzó imperceptiblemene la mirada, le bastó a Ana para saber que sus sospechas eran ciertas. Su marido la engañaba. El mundo comenzó a venirse abajo a su alrededor.

Por la noche intentó recordar el resto de la conversación. Había gritado, seguro. Pero no recordaba las patéticas excusas de Ramiro, ni sus respuestas. Lo único que visualizaba con claridad era el momento en que cogiendo la maleta, la lanzó a la calle y echo a su marido tras de ella. Desde aquel momento, lo único que había hecho era llorar.

23:15

A Ramiro le costó encontrar un hotel a esas horas de la noche. Cuando por fin entró en la habitación, arrojó la maleta sobre la cama y se dejo caer. Todavía estaba aturdido. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había sucedido?¿Dónde había ido a parar su gran día? Y, sobretodo ¿¡Qué coño hacía un rizador de pestañas que no era de su mujer ni de Susana en su maleta!?

23:16

Tina acababa de llegar a su casa. Como todos los días, después del trabajo, había estado limpiando otras casas. Se quitó la ropa y se puso algo cómodo. En la mesa, al igual que cada noche la esperaba su marido con la cena preparada.

-¿Qué tal te ha ido? – Preguntó él.

- Como siempre. Bien – Se paró un momento y sonrió.- No. Hoy especialmente bien.

-¿Y eso?

- Porque da gusto cuando haces bien tu trabajo. Hoy he evitado que una clienta del hotel perdiese su rizador de pestañas. Es una tontería. Probablemente no se haya dado ni cuenta, pero a mi me ha reconfortado.

3 comentarios:

Firebrand dijo...

Boticcario:
¡Como has trabajado! Te felicito.
He ahí una guía práctica de algunas cosas que no se deben hacer. En fin, salío mal. Veremos que le depara la suerte para la próxima. No aflojar ni abajo'el agua.
Un abrazo.

Firebrand dijo...

Bastekat;

¿Donde estás? ¿Y el tren, se paró?

Un abrazo.

boticcario dijo...

Aunque os parezca mentira, la historia se basa en una hecho real. Hace unos años, en un viaje a Barcelona, al que fui solo, cuando llegué a casa mi mujer encontró en mi maleta un rizador de pestañas que ni era mio ni sabia como había a aparecido allí.
No dormí aquella noche en ningún otro sitio, ni tuve amante alguna, pero la sombra de la sospecha me siguió largo tiempo.