martes, 26 de febrero de 2008

El final. El principio

El Universo se acercaba a su fin. En realidad llevaba muriéndose miles de millones de años. Había alcanzado su madurez, su máxima expansión y, después, había comenzado a replegarse. Lentamente al principio, igual de despacio que había conseguido su apogeo, y acelerándose después, sin prisa, sin grandes aspavientos, pero sin freno. Ahora le quedaba unos pocos segundos de vida.

Él lo veía. No exactamente como lo habían hecho sus antecesores en el albur de los tiempos, cuando el moribundo era un explosión de vitalidad. Era algo menos físico, menos animal. Simplemente era capaz de fusionarse con su entorno entendiendo lo que acontecía.

Contempló a lo otros. Estaban allí. Como él. Podía saber lo que pensaban, lo que aquello significaba para todos. Para él también.

Sintió pánico. ¿Y si todo era mentira?¿Y si lo que habían creído comprender no era más que una absurda hipótesis, sin un razonamiento sólido? En ese caso, estaría todo perdido.

Contrariamente a lo esperado, este pensamiento lo tranquilizó. Si fracasaban, si nada era como debía de ser, entonces no se sabría jamás que no lo habían conseguido. Todo acabaría para siempre.

Sabía que los demás tenían miedos y temores iguales a los suyos. Todos sentían ese vacío, pero a la vez esa seguridad que otorga lo irremediable. Llevaban juntos tanto tiempo, habían razonado tantas veces lo que iba a suceder y como actuar, que sus pensamientos estaban íntimamente ligados y su aceptación ante el final era la misma

El tiempo se acababa. Lo sabía. El círculo se cerraba sobre si mismo.

Pensó en todo lo que dejaba atrás. En aquello que había evolucionado hasta convertirse en lo que eran ahora. Si fallaban, esa herencia ser perdería en la nada, igual que un soplo de brisa en la mañana, como si nunca hubiese sucedido.

Se permitió un momento de nostalgia al recordar a todos los grandes de la historia. Primero constreñidos a un mundo limitado, donde los más fuertes habían impuesto su ley durante siglos de barbarie y desarrollo, mientras otros cultivaban las artes y el pensamiento; el lugar en el que se había comenzado a forjar el conocimiento de este agonizante universo. Después en su expansión por su pequeña galaxia. Hombres que tardaron millones de años en conquistarla de un extremo a otro, doblegándola a sus intereses. Imperios que nacieron, crecieron y murieron víctimas de si mismos. Esos hombres que miles de millones de años después de haber comenzado su andadura por la Vía Láctea, fueron finalmente capaces de salir de sus fronteras y expandirse por todo el universo, hasta que finalmente comprendieron que la eternidad se conseguía desprendiéndose de su carcasa material y formando un todo con su alrededor.

Y allí estaban ellos, los últimos vestigios de la evolución racional, tan perdidos como los primeros hombres cuando contemplaban el firmamento sin ser capaces de imaginarse la complejidad que les rodeaba.

Le llamaron. ¡Es la hora! – dijeron-. Se les unió y se fusionó,

Cuando todos fueron uno, los pensamientos individuales se uniformizaron, y entonces lo conoció todo. Entendió que lo que habían supuesto era cierto. Que sus hipótesis, sus teorías, eran Leyes. Así había pasado desde siempre y así sucedería eternamente. Fue capaz de ver toda la historia de todos los universos habidos antes que Él. Lo supo todo, y descubrió que le gustaba ser quien era, quien había sido y quien sería.

El universo se colapsó. La energía existió un instante en el tiempo. Un momento tan pequeño que nadie, hasta entonces, había sido capaz de imaginar. Ya que en su singularidad, en su duración, era infinito.

Sólo Él pudo comprenderlo como algo. Al instante siguiente explotaría, como había sucedido incontables veces y como volvería a pasar igualmente cuando correspondiese.

Y en ese instante mágico en el que el todo se convirtiese en nada, y la nada se convirtiese en todo. En el momento en el que Él desapareciese, para siempre. En ese instante Él colocaría la semilla que cubriría de vida el nuevo cosmos. A si mismo. Su ADN. El resultado de una eterna evolución explotaría a la vez que el universo llevando con él las bases de la vida. Se perderían sus memorias, sus recuerdos, sus existencias. El perfecto ADN que habían conseguido tras pulirlo a lo largo de eones, quedaría reducido prácticamente a la nada. Serían necesarios millones de años para que volviese a desarrollar seres vivos. Unicelulares al inicio, pluricelulares después y otros como Él al final.

Antes de desaparecer, se permitió un último pensamiento, y la felicidad le inundó: ¡Hágase la luz!

2 comentarios:

Firebrand dijo...

¡Fiat Lux!
Me has hecho pensar en el eterno retorno de las cosas, en el perro que se muerde la cola, en los extremos que se tocan, en aquello de que la historia se repite.
Oye, que un hombre que piensa es peligroso.

bastekcat dijo...

Me siento dentro de una nebulosa, ingiriendo la luz para reconcentrarla en mi vientre esperando el nacimiento de una nueva gigante azul.
También eso es parte de la metamorfosis universal. Nacer, crecer, reproducirse...y morir.
Pero morir explosivamente como una supernova y no en el gélido vacío.

Boti, ha sido superior y he recuperado mi etapa de astrofísica poética.
Cómo os quiero a todos y como, sin saberlo, me habeis ayudado en estos meses.
Gracias.