lunes, 31 de marzo de 2008

El Baño (II)

Continuación de El baño (I)


Hacía horas que había dejado de luchar contra su encierro. Lo había probado todo.

El marco de la puerta se apoyaba en la esquina izquierda del cuarto, completamente desmontado y con uno de sus listones parcialmente destruido.

Durante largo rato intentó encontrar un punto frágil en el armazón. Golpeó el pomo con las maderas sin conseguir más que llenar el suelo de incomodas astillas que, después hubo de recoger y guardar en la carcasa de la escobilla del baño para no lastimarse con ellas. Intentó, así mismo sin éxito, introducir las maderas en el hueco que quedaba entre puerta y la pared. Levantó parte del techo de escayola sin que ello sirviese de mucho, tan solo llevarse un susto al notar como algo, lo que supuso sería la resistencia del halógeno, se desplazaba y caía quedando finalmente colgando.

Por último, hizo una tentativa de trepar por las paredes del aseo apoyando a la vez pies y manos, sin conseguir alzarse más allá de 10 centímetros. Una vez más el séptimo arte falseaba la realidad de las cosas, simulando facilidad en lo imposible.

Después de todos los intentos, se había sentado sobre las astillas aún no recogidas y juntando las piernas sobre si mismo había llorado desconsoladamente durante un buen rato.

Tras reponerse, recogió los restos de madera causados por sus múltiples intentos e hizo una nueva tentativa. Con ayuda del embellecedor de la puerta volvió a desplazar el falso techo. Éste quedaba a una altura un poco superior a la habitual ya que las oficinas habían sido construidas en la parte superior de un almacén, lo que había supuesto que las cubiertas estuviesen casi medio metro por encima del estándar normal de construcción. Recordó una conversación mantenida meses atrás con el responsable de mantenimiento del edificio acerca del gasto que suponía el calentar ese volumen extra en toda el área de oficinas, y despotricó sobre esos cincuenta centímetros extra que tendría que vencer.

Se subió al depósito de agua del inodoro y se preparó a saltar. Durante un minuto estuvo valorando la vía de escape. La más cercana y, tal vez, la lógica hubiese sido intentar escalar desde ahí por la pared sobre la que se apoyaba el urinario. Sin embargo desconocía que había tras ella. Quizás un falso muro por el que circulasen tuberías y cableado y sin posibilidad real de salida. De las paredes laterales solo estaba claro que una daba al servicio vecino pero, desafortunadamente, había colocado algo sobre la plancha de escayola que imposibilitaba su movimiento. El otro tabique daba a un punto ciego en la estructura del edificio, y como pasaba con la que quedaba a su espalda, podía conducirle a un callejón sin salida. Así pues, solo el muro en el que estaba enclaustrada la maldita puerta ofrecía posibilidades reales de salvación. Al desplazar el techo había dejado al descubierto un punto de apoyo para las manos. Saltaría sobre él, quedaría colgando y, después, treparía, para dejarse caer al otro lado.

No hay más que cerrar los ojos durante 30 segundos y después brincar a ciegas sobre un punto previamente establecido, para entender la dificultad que entraña un salto en esas condiciones. No existen referencias que permitan calibrar el empuje necesario para alcanzar correctamente el destino deseado. Si se salta de menos la caída es similar a la que sufre un saco de patatas al ser soltado desde los hombros. Si se salta de más, aparte de la caída anteriormente mencionada, se debe tener en cuenta el golpe frontal que se recibe y que desequilibra el cuerpo hacía atrás aumentando, de esta forma, el daño producido al ser rebotado al suelo. Esto último fue lo que le sucedió al prisionero. Pese a que había calculado todo para llegar con posibilidades de éxito a su destino, el brinco fue demasiado impetuoso. Primero su cabeza golpeó el techo de escayola inmediatamente anterior al que había movido. Eso motivó que si bien sus dedos alcanzasen el objetivo, sus manos no llegasen a asir el borde de la pared con la suficiente fuerza como para sujetarle. Su mentón chocó violentamente con el azulejo provocándole un dolor punzante y haciéndole perder el equilibrio, de modo tal que, al caer, se golpeó la cabeza con el retrete y perdió el conocimiento.

Se despertó magullado, con los miembros dormidos por la postura en la que había caído y con un dolor de cabeza que hacía difícil, incluso, el pensar. Después de un rato sin moverse, las molestias comenzaron a remitir. Aprovechó para palparse la maltrecha barbilla, en la que notó sangre coagulada. Continuo la exploración con su cráneo donde un gran chichón había florecido, y las extremidades. Por suerte no se había roto o dislocado nada con la caída.

Pasados esos momentos, su estómago empezó a dar señales de vida y le hizo caer en la cuenta de que hacía casi veinticuatro horas que no comía o bebía nada.

Afortunadamente la cisterna contenía el agua necesaria para aliviar la sed que apareció sin aviso. Sintió un poco de repugnancia al pensar en beber el líquido contenido en ella, pero rápidamente pensó que no tenía nada mejor y que, además, el depósito era independiente del inodoro, por lo que el agua debería ser potable. Aun así como no podía ver la apariencia real del líquido, cuando recogió un poco de agua con sus manos, la acerco a su cara para olerla antes de catarla. El hedor le provocó una arcada.

"Lógico" – razonó -. "Probablemente huela así porque lleva varias horas sin renovarse".

Tiró de la cadena cuatro veces antes de repetir la operación. Esta vez el mal olor no apareció por ningún sitio y pudo beber cuanto quiso. Después se remojó la cara para limpiar los restos de sangre. Al hacerlo se percató de que su barbilla y mejillas comenzaban a mostrarse los síntomas del tiempo transcurrido desde su último afeitado.

Una vez repuesto, se sentó en la tapa del water y, por enésima vez, repaso la situación en la que se encontraba. Tan solo halló una cosa que no había probado. Utilizar la cisterna como ariete. Sintió miedo. Si lograba sacarla de su ubicación se quedaría sin reserva de agua o ..... El paso del miedo a la euforia, fue instantáneo ..... Ó provocaría una inundación del cuarto.¡Lo tenía!. Si el agua anegaba el servicio, tarde o temprano provocaría una gotera que haría que alguien pasase a comprobar el origen de la inundación.

"¡SÍ!¡SÍ!¡SÍ!" – gritó presa de la emoción-. ¡SÍ, COÑO SÍ!" -movía al tiempo los brazos de arriba abajo con sensación de triunfo-. "¡Eso es lo que hay que hacer!".

"¿Pero cuando?" – pensó-. "¿Cuándo es el momento? Ahora desde luego no. No hay nadie en el edificio. Nadie se daría cuenta hasta el lunes y me pasaría todo el fin de semana calado hasta los huesos" – el pensamiento le desanimo -. "No. Tengo que esperar al lunes, cuando estén los chicos del almacén"

Reconfortado ante la nueva perspectiva de fuga que se le ofrecía, se sentó en el suelo estirando sus piernas y apoyando la espalda, en la hoja de la puerta.

De vez en cuando algún movimiento le recordaba la existencia del chichón y le obligaba a cambiar de postura, pero en líneas generales con el ánimo renovado veía las cosas de diferente manera. Recordó a Jose Luis Lopez Vazquez en La Cabina, historia de parecidas similitudes con la suya. Entendió la angustia que sufría el personaje viendo con impotencia como nada ni nadie conseguía librarle de ese injusto encierro. Menos mal que él no terminaría igual.

Las horas pasaron lentamente. Combinaba cortos ratos en los que conseguía conciliar el sueños, con otros en los que el tormento del hambre le impedían descansar. Durante ese tiempo ejercitó sus músculos de la mejor manera que pudo y, sobre todo, pensó.

Reflexiono acerca de quien era y en quien quería haberse convertido cuando soñaba despierto en su infancia. Se replanteó su vida. ¿Por que había llegado a esta situación? ¿Que papel desempeñaba como padre? ¿Qué tipo de pareja fue para su mujer? ¿Qué clase de compañero y de amigo era para los demás?

Con mirada crítica fue desmontando, uno tras otro, los tópicos que había llegado a creerse sobre su persona.

No era un tipo trabajador, como siempre se había visto, si no una persona que encontraba en su área laboral la manera de escabullirse de su realidad más cercana.

No era eficiente en sus ocupaciones, más bien les dedicaba más tiempo de lo normal para que las cosas salieran como era debido.

Nunca se había esforzado por ser un buen progenitor. Había desatendido a sus hijos siempre que había podido hacerlo, traspasándole las responsabilidades inherentes a la paternidad, a la madre de los niños.

No había sabido hacer feliz a su ex-mujer, obligándole a llevar una vida de soledad dentro de la pareja. Entendió su reacción el día que le dejó. ¿Cómo decía aquella canción que sonaba mientras desaparecía de su vida? ¡Ah. Sí!

Cuando la ceremonia de vivir se te empiece a repetir,

Si en la película de ser mujer estás harta de tu papel,

Pisa el acelerador… márchate lejos

Debería haber pisado el acelerador mucho antes. Se compadeció de ella. "Yo no hubiese soportado tanto tiempo" – se dijo a si mismo-.

Le pediría perdón. Se lo pediría a todos. A ella, a sus hijos, a sus hermanas, a las que nunca llamaba ni visitaba, a sus amigos, a sus compañero de trabajo. A todos. No habría ninguna excepción.

El tiempo continuo su curso. Algo le puso alerta ¿Había sido un ruido lo que había oído? No. Probablemente estaría soñando y lo que fuese que creía haber sentido formaría parte del mundo onírico. "A este paso acabaré volviéndome un poco majara" – dijo en voz alta para escucharse. Suspiró-. "Este encierro es propio de una novela de Stephen King. Claro que si la historia fuese suya, este no sería un water cualquiera. Seria uno que encierra algún tipo de maldición y que, periódicamente, engulle una victima. Desde luego no lo trataría como una simple desgracia con una cerradura".

Se imagino su encierro como una película. Se vio a si mismo interpretado por un famoso actor. ¿A quien le iría bien este papel? ¿A Nicolas Cage? No, demasiado melancólico ¿Tom Hanks? Desechado. Muy mayor. ¿Johny Deep? Murmuro entre dientes. Seguro que le sacaba jugo a la situación.

De director, por supuesto, Tim Burton ¿Qué mejor escenario sobrecogedor que este en el que estaba? Tétrico. Claustrofóbico. Angustioso. Se recreó viéndose a si mismo recogiendo un Oscar al mejor guión original. Imaginó su discurso de agradecimiento. Las entrevistas posteriores. "¿Qué sentía ahí dentro Sr. Sultán?", "¿Es verdad que pensó en suicidarse?"... "¿¡Quien yo!?¡Nunca!" Siguió divagando lo que pareció una eternidad.

De nuevo se sobresaltó. Esta vez sí lo había oído. Un pequeño rumor, pero que estaba cerca. Muy cerca. Se asustó. Aquello no era normal. No había luces en el servicio ¿Cómo podía haber entrado alguien sin que la fotocélula se activase?

Oyó un gorgoteo a su lado, en el inodoro. ¿Sería una rata? Algo había leído una vez acerca de ratas que aparecían dentro de la taza. El ruido se oyó de nuevo. Fue un único borboteo. Seco. Profundo. Aterrador. Miraba sin ver, hacía donde debía estar la taza. Y, de repente, el ruido emergió de nuevo. Una burbuja, que aumenta de tamaño y explota sin avisar..... Pero esta vez vino acompañada del sonido producido por la tapa del retrete al caer. Fue leve, pero audible. ¡La tapa se había levantado!

Intentó levantarse y sentarse sobre ella. Pero no pudo. El terror le impedía moverse.

Pasaron los segundos y, una vez más, el silencio se quebró con la burbuja que, cual ave Fénix, renacía de sus cenizas. Esta vez su tamaño debía ser mayor que el anterior, por que el sonido provocado al morir, fue amortiguado por el producido por la caída del cierre del inodoro que resonó igual que un disparo.

Juanjo no pudo más. Comenzó a chillar aterrorizado. "¡Basta!¡Basta!" – gritó-. "¿Por qué me haces esto? ¿Qué quieres?". Pero en lugar de oír su voz, lo que escucho fueron cientos de burbujas explotando a su alrededor. Esta vez no salían de ninguna parte de la habitación. Brotaban de su boca. Cada vez que pronunciaba una palabra, ésta se convertía en una burbuja que emitía el característico "POP" al reventar.

"¿Qué?....¿Qué es esto? – se preguntó en voz alta- "¿Qué me está pasando?" POP, POP, POPOPOPOP. Las burbujas reventaban con una cadencia similar al de una mascletá valenciana, envolviéndole en una desesperación sin fin.

Otra vez empezó a levantarse la tapa del inodoro. Pero a diferencia de las anteriores, en esta ocasión pudo verla. Por primera vez desde que había comenzado su cautiverio, veía claridad. Una luz nacía del water al tiempo que la burbuja, una gran burbuja transparente, iba abriéndose camino por el mismo. La pompa creció y creció. Esta vez no explotó como las anteriores, si no que fue ocupando el espacio vacío acercándose cada vez más a él.

Cayó presa de una angustia que empezó a envolverle y rodearle a la par que la burbuja. Comenzó a entender la maldad que ésta transmitía. El mal que tenía reservado para él.

Intentó gritar, pero de su boca solo salieron nuevas pompas que se unían a la grande como si siempre hubiesen formado un todo.

Y la luz seguía ahí. No ocultándole nada de lo que le esperaba. No crecía, era fija, estática y lejana. Tan solo una rendija que se atrevía a violar la oscuridad con la que tanto tiempo había convivido. Con voz queda, pero calmada preguntó "¿De donde sale esta luz?"

Y, entonces, despertó. Con el corazón latiendo sin descanso un pensamiento se repitió en su cabeza "¿De donde sale esta luz?". Por que sí. Esta vez no era un sueño. Por la rendija de su puerta veía luz.

Continuará .......

jueves, 27 de marzo de 2008

LA CONFESION

LA CONFESION


Mire, Comisario, ya se que usted me va a meter en cana porque me sorprendió con seis pibes, en la casa de uno de ellos cuando estaban cogiendo conmigo; y también se que me va a mandar adentro acusada de corrupción de menores, porque un vecino hijo de puta me vio entrar en la casa y les aviso a ustedes. Y se, que hoy, 25 de julio de 1952, es un día triste para muchos argentinos, porque murió la señora Eva Perón. Pero si tiene ganas de charlar un poco, permítame que le cuente la historia de mi vida, y después, si le parece hacemos el Sumario.

Mire, yo me llamo Felisa Rampolsky y nací hace 52 años en Polonia, en un pueblito de mala muerte llamado Czyzec. A los 15 años mis padres, que eran unos muertos de hambre, me vendieron por un poco de plata a un tipo que venía de Argentina a buscar mujeres para los prostíbulos. Lo mandaba la Zwy Migdal, la mafia judeo-polaca que manejaba parte de los burdeles en Argentina. En casa éramos como siete hermanos —chicas y varones—, y no había comida para todos. Con lo que sacaron por mi venta la familia tuvo para comer un año, por lo menos.

Pero no vaya a creer que la operación se hizo como en un mercado se vende una vaca: no, de ninguna manera. se montó una parodia de casamiento, con un rabino y todo, incluso papeles. Pero eso era “pour la galerie”. ¡Quién se iba a creer que un tipo con plata venía de Sudamérica para salvar a una polilla como yo! Solo los imbéciles de mis padres; pero créame, yo dudo de ello, para mí que sabían que me mandaban al matadero.
El asunto es que el tipo, mi “marido”, arregló a los funcionarios polsky, con guita, me hicieron papeles nuevos y me aumentaron la edad hasta los 18 años (de esa forma era mayor de edad) y todos contentos.

Y nos embarcamos en Hamburgo, y a las tres semanas llegamos a Buenos Aires...
Déjeme decirle que había que conocer la miseria tan honda de las aldeas polacas para entender que un viaje a Buenos Aires no era tan terrorífico, incluso sabiendo a lo que se venía. Cuando llegamos me entregaron a una puta vieja, ascendida a Madame , que era quién regenteaba la casa donde me tocaba trabajar. Lo primero que hicieron fue retenerme los documentos, luego me llevaron a la Municipalidad y me dieron una Libreta Sanitaria. Mas tarde, fuimos a una tienda enorme, Harrods de Buenos Aires, y me compraron la ropa de trabajo: batas de seda bordadas en oro, camisones de gasa transparente muy escotados, medias negras, ligas, chinelas, zapatos, corpiños y un montón de cosas más.

Teníamos absolutamente prohibido salir a la calle —solo acompañadas por la Madame—. Vivíamos en la casa donde trabajábamos, allí se cocinaba y se comía muy bien, laborábamos seis días por semana: desde la media tarde hasta la madrugada siguiente. Dormíamos de mañana. La tarifa era de dos pesos por media hora, si el cliente se quedaba más pagaba otro turno. La Madama controlaba estrictamente el tiempo, y a la media hora golpeaba la puerta para que se fuera el tipo.

Si nos portábamos mal, nos pegaban y encerraban en una pieza separada, uno o dos días y nos daban poca comida. Era una cárcel dentro de otra cárcel. Nos hacíamos entre 15 y 20 clientes por día, pero había veces que nos pasábamos a más de 25, y entonces nos daban cocó —cocaína— para vigorizar el cuerpo y aguantar. Terminábamos muertas con un gran ardor en la vagina, fuertes dolores en la cara interna de los muslos, apretujones en el cuerpo, chichones y la piel irritada por lavarnos tanto con permanganato, para prevenir infecciones.

Y así trabaje como 15 años, junté buena plata porque nos daban la mitad de lo que recaudábamos, pero los años me dejaron su huella. Al final, ya no era tan joven y me vendieron a otros mafiosos en un remate que organizaron en el café Parisien; ¿se acuerda? ¿Comisario?, era el que estaba en Avenida Alvear esquina Billinghurst .
Qué denigración, laburamos para ellos como desgraciadas y al final, nos remataron como si fuéramos ganado, de seres humanos: nada.
Después vino la revolución de Uriburu (1930) y cerraron la Zwi Migdal, así que estuve trabajando para otros cafhisios menores hasta que en 1946 Perón cerró los prostíbulos, y a partir de ahí empezé a laburar por mi cuenta. Yo me dedico a los pibes que recién debutan, me paso varios por vez a razón de 15 pesos cada uno, vio como son, acaban enseguida y afuera. Y bueno, estando en lo que estoy usted vino a engancharme.

No joda. ¿Me larga sin hacerme el Sumario?
Gracias Comisario, muchas gracias... y que Dios lo bendiga.

miércoles, 26 de marzo de 2008

COLECCIONISTAS



Yo, viejo, así como me ves, supe ser periodista. Como que estoy mamado, fíjate aquí tenés el carne.
Yo trabajé en Crítica, el diario de Natalio Botana. Que no puede ser, pero mirá bien, está escrito arriba el carne: “ el señor Guillermo Lagurda es periodista de este diario, por lo que se solicita a las autoridades se le otorgue la máxima colaboración”. Está escrito y no hay reclamo, ahora que yo fuera periodista de verdad, es otra cosa. A mó, Natalio me quería mucho, yo no tenía jefes, solo le rendía cuentas a él. Era un tipo fuera de serie, fue el inventor del periodismo popular y yo campanié (observe) muchos fatos (asuntos) que se cocinaron allí, en el diario.

A mi me mandaba a los asuntos especiales y según venía la mano, los publicaba como noticias generales o como noticias de policía. Vos sabes como manejaba las noticias de la “sangrienta policía”. Era un crack. Te acordás de la pagina 8, después de la mitad del diario y antes de los avisos clasificados. Siempre había varios muertos, vos abrías el diario en esa hoja y chorreaba sangre. Natalio me decía, vos juná pibe, (mirá) cuando la gente compra el diario, lo primero que hace es abrirlo por la pagina 8, son mis clientes. Pan y circo, viejo, y laburo para nosotros. ¡Dale nomás!

Vos te acordarás del bocho (cabeza) que tenía Natalio, le laburaba el mate todo el tiempo, meta crear y crear, era una máquina imparable, que manera de ganar guita, y pagaba bien, no era ningún miseria con la gente que le respondía, un caballerazo. Un día se le ocurrió entrevistar a coleccionistas. Mirá pibe,— me dijo—vos te vas a ocupar del asunto. Hay mujeres y hombres que tienen una manía coleccionista que los devora, no te hablo de los tipos que juntan obras de arte o arman una biblioteca , sino de los giles (tontos) que juntan porquerías; llaves, escarbadientes, pasajes de tren, botones de camisas, boletos de colectivo (buses), cagadas de pajaritos y otras boludeces (tonteras). Andá a verlos, llevate a un fotógrafo y después vemos que trajiste.

La primera que entrevisté fue una mina (mujer) que juntaba abrazos de hombres. Le pregunte el nombre y me dijo que le decían Anette, cuando le quise dar yo también un abrazo me mandó al carajo. Mirá ñato, yo abrazo al que quiero y no a cualquiera, vos sos viejo, pelado y tenés una panza de la gran puta. Para abrazarte a vos se necesitan tener los brazos de cinco metros de largo, parecés un ombú de ancho que estás. La colección de la naifa era un enorme libro donde estaban anotados 4.000 abrazos que había dado y recibido en los últimos diez años, con fechas, direcciones, nombres y horas, a un promedio de 33 por mes. La pobre tenía mas empujones que un mamado, pero estaba linda la mina. Natalio la bautizo Anette 4000. Su verdadero nombre nunca lo quiso decir, porque no quería que el diario la quemara, ustedes son mas falsos que el cuatro de copas me dijo, y me rajó de la casa. ¡Que personalidad!

Después encontramos un tipo que juntaba cajitas de fósforos y etiquetas de cigarrillos. Tenía en su casa dos piezas que dedicaba a guardar sus colecciones, en una estaban las cajetillas y en la otra las marquillas. El tipo se complacía en olfatear los olores del fósforo blanco y el cuerpo oxidante que salían de las cajitas y también el aroma del tabaco que largaban las etiquetas. Te digo hermano que había una baranda (olor) en esa casa que te la voglio dire. Justo después de la entrevista un vecino le tiró un fuego dentro de la pieza de los fósforos y a los diez minutos la casa era una fogata infernal.
Botana aprovechó las dos cosas y durante varios días le dio manija en el diario, incluso sacó una edición especial con la entrevista y el incendio. Que bárbaro, no se hablaba de otra cosa en Buenos Aires.

También entrevistamos a un coleccionista de corchos, que decía que guardaba todos los tapones de las botellas que había escabiado (bebido) en su vida. Otro que tenía fotos de todas las ejecuciones que había en Estados Unidos, eran como dos mil, había de todo, silla eléctrica, horca, fusilamiento, cámara de gas, ¡que alegría!. Uno se dedicaba a juntar guiones de cine de películas que jamás habían sido filmadas, tenía en la casa tantos papeles que yo creo que valían mas que el inmueble.

Pero el reportaje mas espectacular fue el que le hicimos a una mina que se dedicaba a coleccionar orgasmos. Los fotógrafos del diario querían venir todos, y Botana hizo un sorteo que gano el flaco Galindez. Allí nos fuimos y le pregunté a la percanta si ella yiraba para conseguir el material, casi me mata, yo soy una mujer decente y me hecho los polvos con quien quiero y no con quien me paga, yo no cobro. Estuvimos casi cinco horas hablando. La bronca inicial se esfumó, y me mostró un mundo que yo desconocía por completo.
Mira, gordo, yo sí que he mirado cielorrasos pero nunca les presté atención, me concentraba en el polvo, me explicó como manejaba a los tipos para que hicieran lo que ella quería, qué carpeta (calidad) que tenía, nunca vi una cosa igual.
Ja! yo solterón empedernido, que porque me echaba por dos pesos un polvo en el kilombo de la esquina, creía que era un piola (vivo, ligero) me vine a avivar que siempre fui un gil de cuarta. Mira viejo, que a los cincuenta años te vengas a desayunar que siempre fuiste un otario (tonto) y no un vivo como creíste, es para ponerse a llorar. Botana me dijo, quién carajo te dijo que nuestro laburo es fácil, desde Gutemberg para acá las cosas se han complicado, palabra de periodista.

miércoles, 19 de marzo de 2008

ORIGENES DEL AMOR EN ESPAÑA


En la Edad Media, y debido a los siglos de influencia árabe, las mujeres españolas vivían en una atmósfera muy parecida a la de un haren. No solo la opinión pública se oponía a las relaciones directas entre hombres y mujeres; los celos de los esposos imposibilitaban el contacto con probables amantes. Cuando el marido se hallaba impedido de vigilar personalmente a su mujer, otra mujer lo reemplazaba en la vigilancia, y lo hacía con los ojos de Argos. Recuérdese que en la mitología griega, Argos era un mounstro que tenía cien ojos, de los cuales solo dormían cincuenta alternativamente, por lo que estaba en perpetua vigilancia.

Y sin embargo, en España, que carecía prácticamente de vida social, también existía una versión mas atenuada del “Servicio de la mujer”, aquel juego de “amor” desarrollado con tanta pasión en la época de la Caballería, en Alemania.
Se daba en el lugar que se hubiere pensado como en menos apropiado; la Corte Real. La vida social de la corte española sufría el influjo de una de las mas extrañas invenciones del espíritu humano: la etiqueta española. Ideada por Felipe II, fue luego transmitida a sus sucesores como un auténtico salvavidas de plomo.

La etiqueta española convirtió en divinas las personas del Rey y la Reina. Siendo que los dioses no ríen; la risa y la diversión fueron expulsadas de la Corte. De Felipe IV se dice que solo se rió tres veces en toda su vida. La Reina tenía una dama de compañía, la Camarera Mayor, su tarea era estar permanentemente a su lado y hacer observar férreamente el cumplimiento de la etiqueta. “¡La Reina de España no puede asomarse a la ventana!”…y le sacaba la tarjeta amarilla. “¡La Reina de España no debe reír!”…y le sacaba la tarjeta roja. (No puede jugar el próximo partido).

Por su parte, las Damas de Compañía —que también se morían de hastío—tenían una supervisora, la Guardadama, que con la ayuda de varias alcahuetas, vigilaban la moral de las cortesanas. Tanto la Reina como sus Damas de Compañía debían vivir en Palacio, y a afectos de hacer soportable esa “vida”, la etiqueta les permitía tener uno o más admiradores oficiales, con el título de “Galanteos de Palacio”. Estos podían ser solteros o casados, viejos o jóvenes, sus servicios no obtenían ninguna recompensa, solo tenían el “derecho” de adorar y servir a su dama.

El caballero de la Corte era espiritualmente afín con Don Quijote y los Caballeros Alemanes. Durante el año solo disponían de contados días en los que se les permitía gozar de la compañía de sus damas protegidas y veneradas.
Debido a que las Damas de Compañía se las veía en raras ocasiones en público, la ocasión de acompañarlas solo se presentaba en las grandes recepciones de la corte o durante las procesiones o en las fiestas. En esos momentos, el Caballero podía estar de pié, al lado de su dama y cortejarla… dentro de los límites del más estricto decoro, ya que así lo indicaba la etiqueta, y si no, habría algún correveidile listo para alcahuetar.

Durante el resto del año, el Galanteo podía rondar el Palacio a la espera que la dama apareciese, solo por un instante, en la ventana. Entonces, allí podía el Caballero — solo por señas— declararle su amor.
Y las señas eran: el enamorado se llevaba un pañuelo a los labios, luego a la frente y por fin al corazón. Y eso era todo.
A fin de obtener alguna satisfacción física de semejante pasión, el Galanteo sobornaba al cirujano que sangraba regularmente a las Damas de Compañía —vaya medicina— para que les entregara alguna venda o servilleta empapada en la sangre de su bien amada.
Y a pesar de todo, el Galanteo Oficial era considerado una gran distinción y honor. Jóvenes y viejos luchaban e intrigaban por obtener el privilegio. Cosas vederes Sancho…que non creyeres.

Una reflexión final:
Mujeres y hombres hemos recorrido un largo camino desde que ocurrieron los hechos relatados hasta nuestros días. Se han derribado costumbres realmente estúpidas —por lo menos para nuestros ojos— y, sin embargo, buena parte del planeta conserva todavía esos resabios medievales.
No faltan los pretextos de cualquier tipo para justificar toda clase de barbaridades en las relaciones entre los sexos. Hay países que por su estructura sociológica están vacunados contra la regresión a épocas superadas, pero hay otros, en que por un estúpido interés político, son candidatos a volver al pasado. Que cada cual analice la circunstancia en la que vive y actúe en consecuencia. Amén.

martes, 18 de marzo de 2008

El baño (I)

Para variar, Juanjo se quedó trabajando el viernes hasta tarde. La verdad es que no tenía ninguna otra cosa mejor que hacer. Un año y medio antes su mujer, hastiada de no verle el pelo de lunes a sábado, y de compartirlo el domingo con el fútbol, los amigos de toda la vida y la planificación laboral de la semana entrante, decidió tomar las de Villadiego. Delante de sus narices, cogió a sus dos hijos de la mano, los metió en el coche y se sentó frente al volante. Antes de encenderlo, le dijo: “¡Esto es lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo!¡Gilipollas!”. Cuando arrancó el motor, automáticamente y, a todo volumen, Joaquín Sabina y Javier Gurruchaga, comenzaron a cantar “Pisa el acelerador”, dejando a Juanjo atónito y sin capacidad de respuesta.

Desde entonces Juanjo, ya de per se adicto al trabajo, se había vuelto un auténtico neurótico del tema laboral. Había aprovechado su situación personal, para aceptar un traslado a otra ciudad, lejos de su exmujer y de todo lo que le recordase a ella. Trabajaba los siete días de la semana, si bien los lunes se permitía el lujo de levantarse tarde ahorrándose así el primer atasco de la semana. Una vez llegaba, no se levantaba de su asiento más que para ir al baño, o si tenía lugar alguna reunión. Nunca bajaba a tomar café con los compañeros. Nunca hablaba del partido del día anterior si no era en la hora de la comida, y nunca estaba conversando en el quicio de la puerta de algún despacho. Lo suyo era un ritmo prusiano. Arribaba a la oficina entre las nueve y las nueve y cuarto. Se levantaba a comer a la una y cuarto más o menos. Tras el almuerzo se permitía el lujo de un café y una copa de coñac, siempre que no fuese más allá de las dos en punto, porque a y cuarto ya estaba otra vez con la mirada fija en la pantalla de su ordenador, o en sus papeles. Hacía un alto sobre las seis, la hora en que sus compañeros partían para casa, y se iba al gimnasio situado a cien metros. Hacía su monótona tabla de ejercicios. Primero calentamiento breve, después media hora de cardiovascular intenso, para terminar con musculación y relajación. No más tarde de las siete y media, volvía a encerrarse en su despacho, ahora ya con la comodidad que supone el estar sin molestos compañeros que pudiesen interrumpirle, y no lo abandonaba hasta pasadas las diez de la noche. A esa hora se acercaba a cualquier establecimiento de comida rápida y cenaba algo rápidamente. Volvía a casa y navegaba por internet en busca de sexo fácil con el que aliviarse.

Los sábados y domingos la rutina cambiaba ligeramente, porque en lugar de realizar sus actividades laborales en la oficina, trabajaba desde casa.

La rueda solo se interrumpía cuando jugaba su equipo de fútbol. Entonces ponía la televisión y se sentaba con un whisky y cualquier tipo de aperitivo para ver el partido. En ocasiones echaba de menos la compañía de otro ser humano con el que comentar las mejores jugadas o con quien salir a tomar una copa. Todos sus amigos habían quedado atrás, en la ciudad que les vio crecer.

Por acuerdo con su antigua esposa, solo veía a sus hijos un mes en verano. Era en lo único en lo que habían estado de acuerdo. El viaje desde su antigua residencia a la nueva era largo y pesado para unos niños tan pequeños. Además, él no le había confesado los verdaderos motivos, interrumpían su cadencia laboral y podían suponer un receso en su trayectoria. Así que fingió ser un buen padre y tenerlos de forma intensiva todo el mes de agosto en lugar de hacerles viajar cada quince días. Por supuesto el acuerdo incluía la posibilidad de pasar a verles entre semana si por cualquier motivo se desplazaba a su ciudad, cosa que no había ocurrido hasta la fecha pese a las innumerables ocasiones en las que el trabajo había motivado desplazamientos a la sede central de la compañía.

Aquel día no tenía nada de diferente al de los demás. Le daba igual que fuese el último viernes laboral para la mayoría de sus compañeros. A partir del lunes, prácticamente toda la plantilla se cogería sus vacaciones, quedando tan solo un pequeño retén de guardia, que por otro lado trabajaba en la sección inferior del edificio, en la zona del almacén y que raramente subían a la zona de administración. Es más, le seducía la idea de saber que durante casi cuatro semanas, no tendría moscones a su alrededor incordiando y molestando. Serían unas gloriosas jornadas de trabajo tranquilo y placentero.

Cerró el archivo en el que estaba trabajando y pulsó F4 para apagar el ordenador, al tiempo que se levantaba para colocar los informes generados en el archivador correspondiente. Fue en ese momento, cuado sintió la primera llamada de la naturaleza. Sus tripas, tranquilas hasta ese momento, aprovecharon el movimiento producido al incorporarse para solicitar la evacuación de todos los residuos orgánicos en ellas almacenados. Juanjo suspiró. Odiaba levantarse para hacer cualquier cosa y que sus intestinos o su vejiga dispusiesen de un orden diferente. Cogió la primera revista que encontró sobre su mesa y, con paso apresurado, salió de su despacho dirigiéndose a la zona de los urinarios. Ésta estaba estratégicamente situada en un lateral en el centro del área de oficinas. Justo al lado del ascensor. De este modo, cualquier visita tenía una orientación fácil hacia la misma.

Para entrar en la zona común era necesario, primero, acceder a una pequeño vestíbulo que separaba el área femenina de la masculina. Una vez franqueada esa puerta, se entraba en el servicio. Generalmente Juanjo elegía el más alejado de la entrada, ya que era el que le proporcionaba una mayor sensación de intimidad. En esta ocasión, al encontrarse solo en la empresa, entró en el primero que vio y, tras bajarse pantalones y calzoncillos, se sentó en el retrete. Abrió la revista, y se dispuso a hacer lo que se hace en esas circunstancias.

“Caga el rey, caga el Papá y caga la mujer más guapa” – decía siempre su abuelo cuando era niño, provocando siempre su hilaridad y sus carcajadas. Ese dicho le acompañaba cada vez que “iba al trono” como también lo llamaba el anciano. No pudo evitar una sonrisa al recordarlo.

Al terminar, abandonó la lectura de la revista y, tras proceder a la pertinente limpieza de la parte implicada, se abrochó los pantalones, acercó su mano al picaporte y lo giró para salir. Se sorprendió cuando, a pesar de que el giró había sido correcto, al tirar de la puerta, ésta no se movió. Volvió a girar el picaporte y a tirar. Nada. La puerta permanecía en el mismo lugar. “¡Vaya!” – se dijo-. “Parece que se ha atascado”. Repitió la operación unas cuantas veces, algunas con tacto, otras con violencia, hasta que se rindió a la evidencia. El pestillo no funcionaba. Estaba atrapado.

En circunstancias adversas, la mente humana funciona mejor. La de Juanjo comenzaba a evaluar la situación cuando tuvo lugar el segundo desgraciado acontecimiento. Se apagó la luz.

“¡Joder!” – exclamo -. “¿Ahora esto?”.

Comenzó a gritar y aporrear la puerta con todas sus fuerzas. Sabía que ninguno de sus compañero permanecía en la oficina a esas horas, pero era posible que el personal de la limpieza aún permaneciese en las instalaciones.

Sin embargo no fue hasta que sus manos y garganta comenzaron a dar señales de agotamiento, cuando se rindió a la evidencia. Estaba solo. Si no quería pasar el fin de semana encerrado en esos tres metros cuadrados tendría que ingeniárselas para solucionar el problema.

Examino la situación con mirada crítica. Había dos temas importantes. El primero. No podía abrir la puerta. El segundo. No tenía luz. Recordó su teléfono, olvidado sobre su mesa. “Si lo hubiese traído” – pensó – “tendría su luz”.¡Ja! – un amago de risa brotó de su boca -. Si lo hubiese traído, la luz me la pelaría ¡Coño! Ya habría llamado a alguien”

Se calmó y volvió a concentrarse en su problema. A oscuras es difícil actuar. ¿Por qué no había luz? Recordó la fotocélula que se activaba cada vez que alguien entraba en el baño. “Maldito ecologismo de salón. Como si se gastase mucha luz en el baño” – el pensamiento cruzó rápidamente su cerebro, pero no le hizo caso-. La fotocélula era inalcanzable, se encontraba en la entrada a los servicios y no tenía manera alguna de llegar hasta ella para activarla. Tendría que trabajar a oscuras.

¡La puerta! ¡Hay que romper la puerta! – fue su siguiente pensamiento.

Al igual que en las películas de acción, apoyó las manos en las paredes para darse impulso, y se lanzó contra la puerta con el hombro derecho por delante.

El dolor recorrió todo su brazo y espalda al impactar con la madera. Aquel golpe era mucho más doloroso de lo esperado. Quejándose y agarrándose el dolorido miembro, se sentó en la taza. Había otra solución. Golpear el rebelde picaporte con la planta del pie para destrozarlo y de esta forma desbloquear la cerradura. Volvió a incorporarse y empezó a soltar patadas de algo parecido al kárate en la zona elegida. Los dos primeros golpes fueron certeros. La parte inferior del llavín recibió sus iras. Sin embargo no tuvo la misma suerte con el tercero. La ausencia de luz para fijar un objetivo hizo que su pierna desviase su trayectoria, y que el pie impactase de lleno en el saliente destinado al giro de la manivela. Otra vez el dolor se apoderó de él. Cojeando saltó hacia atrás mientras un hondo quejido salía de su boca, sus manos agarraban con desesperación el maltrecho miembro, y una lagrima comenzaba a brotar en sus ojos.

Una vez más se sentó esperando que remitiese el dolor. ¿Cuánto hacía que estaba encerrado?¿10 minuto?¿20? No tenía manera alguna de saberlo, su reloj era su teléfono y sin él, el paso de tiempo era completamente relativo.

Volvió a buscar una manera de salir. Recordó todas aquellas películas en las que algún héroe escapa de una trampa similar, de una prisión o de un cuartucho de escobas.

Decidió tratar de desmontar la puerta. Intentó visualizarla. Estaba en el medio del hueco que dejaba el perímetro. Ninguna de sus lados estaba en el mismo plano que las paredes interior y exterior, lo que dificultaba el asunto ya que no podía hacer palanca con nada.

Decidió que lo primero que haría sería quitar el marco de la puerta e intentaría arrancar desde arriba el que tenía la cerradura. Tuvo suerte, los clavos que sujetaban los embellecedores estaban flojos y no le costó demasiado desprender el listón. La apartó a un lado y, a tientas, busco un punto débil en el armazón en el que estaba incluida la cerradura. No encontró ninguno. La estructura era maciza.

Se dio cuenta entonces de algo que hasta el momento le había pasado inadvertido. ¡Llevaba su cartera consigo! Afortunadamente estaba en viernes. El día en el que los empleados cambiaban sus trajes por ropa menos informal. El día en el que su cartera y sus tarjetas viajaban en su bolsillo trasero. Presa de emoción cogió el billetero y seleccionando la tarjeta (desechó las de crédito y débito que estaban en primera línea y tomo la que debía de ser una tarjeta de fidelidad de alguna marca comercial) empezó a introducirla en el hueco que la puerta dejaba con la moldura. Otra vez el cine era su inspiración. Aquello se hacía siempre en las películas con éxito. Sin embargo ese, definitivamente, no era su día de suerte. Era imposible mover el cerrojo.

Continuará.......

domingo, 16 de marzo de 2008

LOS COMIENZOS DEL AMOR

La maravillosa aventura del amor, en la que todos estamos metidos, tuvo sus comienzos el la Edad Media, en la época de la caballería. Anteriormente, en el período precristiano, el amor no era conocido en la forma que se desarrolla actualmente.
La mujer, en su carácter de madre de familia, era objeto de un gran respeto. Se la colocaba en un pedestal, se la dejaba en paz y no se la perseguía.
En el seno del matrimonio poco se hablaba de amor. Si el hombre necesitaba diversión y estímulo se dirigía a la hetera, pero no encontraba en ella ninguna forma de realización espiritual. En la antigua Grecia y en Roma se concurría a los gimnasios en busca de Efebos con los que mantener una relación amorosa. El famoso discurso del Simposio sigue siendo hasta hoy la piedra de toque de la homosexualidad masculina, y tuvo su origen en Grecia.

Pero el amor, según lo entendemos hoy —en el supuesto que realmente lo entendamos— se desarrolló en el período de la Caballería , a partir de la creación de una Institución alemana llamada Frauendienst, o sea Servicio a la mujer. En su inicio, el Servicio a la mujer, fue una costumbre convencional carente de auténtica posesión amorosa. Se cumplía en beneficio de las mujeres casadas que detentaban el mas alto rango, en la alta sociedad únicamente. Era esencial para un hombre de la alta sociedad encontrar una Dama a la que ofrecer sus servicios. Si la Dama aceptaba, el hombre se convertía en Caballero y realizaba todas sus hazañas en nombre de ella.

Era un juego entretenido de “pasiones intelectuales y amorosas”, teniendo esta última expresión el significado de afecto solamente. De amor, amor; nada. Las Damas no podían aceptar mas que un Caballero, ni recibir los servicios de mas de uno. El símbolo de la aceptación era una cinta, un velo, una corona, una pluma, etc. que el Caballero portaba en el casco o en la punta de su lanza. Constituía un verdadero talismán. El esposo de la Dama desempeñaba un papel indiferente en todo esto, aunque también el podía ofrecer sus servicios a otra Dama.

La aceptación de la servidumbre del Caballero se realizaba por ceremonia pública, en ella el hombre se comprometía a servir a la mujer, pero ella no tenía ninguna obligación respecto del hombre. Este participaba en Torneos, Justas o en una Cruzada en nombre y gloria de su Dama, bajo sus ordenes, a cambio de… nada. Pero el Caballero al prestar el servicio se elevaba sobre la rutina diaria, y todo esa elevación era el premio. Por “amor al arte”, que decimos hoy.

Y ella aceptaba por el mismo motivo, para llevar un poco mas de color a su vida, tediosa, monótona. En ambos se producía una ligera exaltación de sus sentidos, pero la cosa no pasaba de un simple galanteo. Es interesante ver como funcionaba el matrimonio en la Edad Media, su fundamento era el interés familiar y no el amor de los novios. Los padres elegían los cónyuges para sus hijos, y sin protestas. La vida matrimonial carecía de romanticismo, los hombres eran toscos y a menudo castigaban con azotes a sus mujeres. Estamos hablando de los hombres de los “altos círculos”.

Las mujeres encadenadas a maridos borrachos y brutales, solo tenían respiro cuando los señores salían de caza, marchaban a la Corte Real o a la guerra. Para la mujer era difícil y peligroso tener un amante —no muy distinto de su marido—, pero en cambio el inofensivo “Servicio a la mujer” era lo conveniente, un galanteo prolongado, un “juego de amor”. Era mucho lo que un caballero aceptado podía hacer por su dama. Si escribía versos la ponía por las nubes, elogiaba los encantos y sus virtudes, en una palabra: la idealizaba. Fíjense sino: Oh! Fragante rosa de Madrid, Estrella de la mañana, Capullo de mayo, Fuente de felicidad, Perfume de miel, Cielo de los ojos….Todo ello por el Servicio,… amor platónico…Serviteur d’amour.

El hecho de que Miguel de Cervantes caricaturizara a Don Quijote, no debe hacer olvidar que hubo muchos que vistiendo armadura verde salieron en busca de aventuras para gloria de su Dama, y ello fue en serio; absolutamente. Debemos reconocer que Cervantes relató humorísticamente lo que en realidad ocurría.
Pero al final el amor caballeresco, sin recompensa, entró en crisis y llegó a su fin durante la época del Renacimiento, donde comenzó a surgir el amor apasionado como lo conocemos ahora.

Sin embargo la Institución del Servicio a la mujer marcó un punto de inflexión en la horrible historia de la humanidad. A partir de allí y muy lentamente, las relaciones hombre-mujer comenzaron a discurrir por carriles comunes y a los tropiezos llegaron hasta hoy, donde todavía siguen perfeccionándose. Cabe preguntarse ahora si aquella Institución ha desaparecido. La respuesta es no. Todavía hay quién, sin recibir nada, sigue al Servicio de la mujer, —que gustosamente lo acepta— y a su vez se solaza por hacer lo que hace. Y a la inversa, hay mujeres que estan al "Servicio del hombre", sin recibir nada y muy felices por hacerlo. Convengamos que no son demasiado abundantes, pero que l@s hay; l@s hay.

viernes, 14 de marzo de 2008

LA CENSURA EN LA PATERNAL




El Barrio de La Paternal siempre fue un barrio de orden. Sus habitantes se encuadraban de inmediato con la fuerza política que triunfaba en las elecciones y permanecía fiel a ella hasta que era derrotada en las urnas o expulsada por las revoluciones militares. Así sucesivamente el barrio fue conservador, militarista, peronista, radical intransigente y radical del pueblo. Había épocas en que las gentes de la barriada se sentían los campeones de la democracia y otras en las que eran dictadores de alma. “Dictaturisti militaristi” decía un rumano.

Y fue en unos de esos períodos negros, en el que se estableció en el barrio una Oficina de Censura, complementaria de un Organismo Gubernamental, que se dedicaba a revisar todo tipo de publicaciones, películas, costumbres, modas y en general cualquier cosa que algún reaccionario deseara denunciar, a fin de determinar si el objeto denunciado debía modificarse o prohibirse.

Era un cuerpo colegiado donde estaban representadas las fuerzas vivas del barrio, comercio, industria, iglesia, profesiones liberales, artistas, etc. No fueron aceptados los levantadores clandestinos de juego, ni las prostitutas. La excusa de semejante engendro era la de siempre, resguardar la moral y las buenas costumbres, pero a nadie escapaba que el motor de esa comisión eran el resentimiento, el odio y la envidia.

En materia de publicaciones circulaban diarios con noticias truncadas y espacios en blanco, señal del paso de los censores. Los avisos callejeros presentaban en las imágenes parches tapadores sobre aquello que se consideraba inconveniente. En las películas podían apreciarse saltos en las escenas, cuando no la eliminación de actos enteros. La película de Ingmar Bergman “Un verano con Mónica” de 2 horas de duración, quedó reducida a un cortometraje de 23 minutos .

El delirio censor llegó hasta la correspondencia particular y comercial. Los censores solicitaron que las piezas de correo circularan abiertas, a fin de tener mas fácil su tarea. Cuando no; eran ellos los que abrían las sobres con vapor y luego volvían a cerrarlos.
Producto de aquellas irrupciones en la privacidad de las personas fue la creación de un “Departamento de cartas de amor” a cargo de un grupo de fracasados en lides amorosas, quienes pretendieron aplicar metodologías pseudo científicas para tratar de determinar que cartas podrían circular o cuales deberían ser prohibidas.

El resultado fue un “Digesto” que alumbraron tan ilustres eunucos, del que solo llegaron a conservarse dos partes —por los motivos que se explicarán al final—de las que hemos extraído sus conclusiones, dignas de una Antología de la Estupidez Paternalense. La parte primera trataba sobre la correspondencia en el Amor honesto, legal y normal Comenzaba planteando el caso de una carta de amor enviada por un loco, y se preguntaba si ello podría configurar una obligación de matrimonio. Decían las lumbreras que si el desorden mental del remitente había sido consecuencia del incidente amoroso, se consideraba a este un lunático, y sus cartas no representaban una obligación legal, ya que una pasión honda hacía que el autor perdiera del todo la cabeza.

La carta de amor enviada por un borracho consuetudinario, ¿lo compromete en matrimonio? Ello dependería del grado de intoxicación del individuo al momento de escribirla. Si estaba solamente “chispeado” debía entenderse que si, y si la tranca era de órdago, debía entenderse que no.
En relación a las consideraciones de uso común, frases como “eres mía” o “quiero que seas mía” no implicaban obligación de matrimonio. En cambio expresiones como “quiero que seas mía y no me importa lo que diga la gente” o “solo la muerte puede separarnos” si obligaban en matrimonio al remitente.

Las promesas condicionales como: “si alguna vez me caso, tu serás la única elegida” o “si saco la lotería me caso contigo” solo obligaban al matrimonio si la condición se cumplía. En estos casos, tener ganas de casarse o sacar la lotería. En cambio no había posibilidad de reclamo si el remitente escribía “nunca me casare contigo, aunque saque la lotería”. Y como corolario de todo este capítulo de amor honesto, legal y normal, se establecía que si la destinataria de las cartas no las contestaba, no existía por parte de ella la obligación legal de casarse.

La segunda parte del Digesto se refería a la correspondencia en los supuestos de Amor culpable o ilegal. En el supuesto en que una esposa cometiera un desliz y le escribiera a una tercera persona, el marido tendría varias alternativas: 1) Si lo hizo por inexperiencia y cometió un error inocente, podría ser perdonada; 2) Si lo hizo deliberadamente podría ser golpeada e incluso tirada al suelo; 3) Si la esposa sale sola y regresa tarde en la noche, podría ser abofeteada, pero si la bofetada provoca hemorragia nasal, es causa justa de divorcio. (solo separación de cuerpos, no anulación del matrimonio).

¿Y que sucedía en ambos capítulos, si las cosas fueran al revés, o sea que fuese el hombre el causante de todos los supuestos? En estos casos la mujer tenía absolutamente prohibido abofetear al marido y debía resolver pacíficamente el asunto.
Lo mismo sucedía con las infidelidades a las que eran tan afectos los hombres paternalenses. Siempre la mujer debía perdonar, comprender, disimular y aguantar, todo en aras de las buenas costumbres. Los pretextos mas variados servían de coartada a los machos para sus correrías; que se tentó, que se lo pedía el cuerpo, que la otra era muy linda, o simplemente que tenía ganas.

Era inconcebible que una mujer pudiera hacer una cosa semejante, razón por la que nunca se presentó un caso así. Y si alguna vez ocurrió, como decían las malas lenguas, fue tapado para salvaguardar el honor del hombre.
Como puede apreciarse esta “legislación” temeraria , irracional y machista fue despertando en la barriada una reacción que se materializó hacia fines del mes de junio de 1956, en ocasión de celebrarse la fiesta de San Juan y San Pedro.

La costumbre era la realización de una enorme fogata en el medio de la calle, donde se quemaba un muñeco de trapo. En esta oportunidad la fogata se hizo dentro del edificio en que funcionaba la Oficina de Censura, y en vez del muñeco se quemaron los archivos
de la misma. Solo pudo salvarse una pequeña parte de los legajos, de lo que hemos dado cuenta mas arriba. Y así se escribe la historia.

domingo, 9 de marzo de 2008

LOS HOMBRES SABIOS

Como no podía ser de otra manera, en el barrio de La Paternal también florecieron los hombres sabios. En tiempos primitivos, cuando esta actividad todavía no tenía la actual forma de profesión, los hombres sabios repartían desinteresadamente sus dones desde las mesas de los cafés. Allí cualquier persona a la que atormentaba un problema, podía despacharse a gusto con su aflicción, y seguramente la voz amiga de algún hombre sabio le ofrecería consuelo o incluso una solución. Posiblemente, esa costumbre pudiera considerarse un complemento de la actividad que, desde los confesionarios, realizaban los curas de las Iglesias del barrio.

Pero las cosas dejaron de transcurrir apaciblemente cuando la Musa del barrio, la célebre Aseret —que tan honda huella dejara a su paso— mencionó un día, como hombre sabio, a un vecino de sobrenombre o apodo el Kenri . Bien es sabido que la sola referencia efectuada por aquella niña, valía tanto como haber recibido una medalla de oro por algún mérito específico.

El sorprendido vecino —algo flojo en materia de instrucción— solicitó discretamente asesoramiento al maestro Filemon Portales, quién prestamente lo remitió al Diccionario de la Real Academia. Allí pudo leer trabajosamente, que Sabio era un hombre con profundos conocimientos de una materia, ciencia o arte, y que Sabiduría era un grado muy alto del conocimiento. El Kenri quedó sorprendido de lo que era, ya que ni él mismo lo sabía, pero consideró que si la Musa lo coronó de esa forma, pues Vale. Al final—terminó razonando—las cosas no son lo que son, sino lo que la gente cree.

Poco tardó en despertarse la vena comercial del Kenri, cosa que él también ignoraba que poseía, y de inmediato se entregó a una serie de maquinaciones con el objetivo santo y puro de hacerse millonario —eso sí— con el sudor de su frente. Decidió que se dedicaría a la venta de humo, pero bajo la apariencia de otra mercadería.

Su primer paso fue la apertura de un “consultorio” pero nunca se supo específicamente para qué. De inmediato comisionó a dos granujas —que fueron sus ”empleados”— a que recorrieran en barrio, y en forma discreta —pero alevosa— hicieran correr la voz de que el “hombre sabio” sabía más que los médicos y practicaba curas milagrosas. Puso especial énfasis en que visitaran a las chicas que “patinaban” en la calle, ya que barruntaba, las afirmaciones de ellas tendrían mucho peso entre sus clientes. Si una patinadora lo afirmaba, Santa Palabra.

No tardaron en caer los primeros incautos a los que el Kenri no atendía de inmediato, sino que los sometía a horas de “amansadora”. Mientras los tontos esperaban, los empleados se les arrimaban y hábilmente les sonsacaban cuales eran sus dolencias, con la vieja técnica de contar primero las de ellos, para que luego los “pacientes” cantaran las suyas.

La información era transmitida al sinverguenza principal, y cuando los tontos entraban a la consulta, este; levantando las manos decía ;”¡no me digas nada!, tu sufres de hemorroides, tienes mal aliento, pié plano y no sabes bailar el tango”. Los clientes apenas podían creerlo, el hombre sabio, con solo mirarlos ya conocía sus males. Cuando recomendaba remedios, también indicaba donde podrían ser comprados. Los “fármacos” solo eran azúcar de varios colores, en forma de glóbulos, grajeas o píldoras; a veces de jarabe. El “farmaceútico” tan falso como el “médico”, compartía luego las ganancias al 50% con el Kenri. Otras veces curaba solo con palabras, que eran más difíciles de interpretar que la Biblia leída de atrás hacia adelante. Nunca se recibía dinero por las consultas, solo se aceptaban donaciones para una ignota “sociedad de beneficencia”. Se aceptaban regalos en especie, que luego eran vendidos para hacerse de efectivo. Faltaba más.

Pero la apoteosis del Kenri llegó cuando la clientela se agrandó de tal manera, que ya era necesario esperar días, y no horas, para ser atendido. Ante tanta demanda se decidió alquilar la cancha de fútbol del club Argentinos Juniors, donde se realizaría una cura masiva de enfermos llegados de todos lados, incluso de barrios vecinos. El día convenido se arrimaron al estadio unas diez mil personas que se instalaron en las tribunas a la espera de la ansiada cura. Esta enorme concurrencia no fue casual, durante varias semanas antes del día D, el diario Crítica realizó propaganda encubierta bajo la forma de noticias y reportajes, que calentaron el ambiente y permitieron un éxito tan grande como el alcanzado.

Se apostaron actores de teatro que simularon las mas variadas plagas y enfermedades, y que después de las palabras del “maestro” resultaron milagrosamente curados. Agitadores profesionales provenientes del Partido Comunista predispusieron al público para la “exaltación” del “Nuevo Jesucristo”. Se instalaron quioscos de bebidas y comestibles que alcanzaron cifras record de ventas, por supuesto compartidas con el “hombre sabio”.

El cura de la Iglesia Nuestra Señora de la Consolata, viendo declinar de golpe el número de fieles, se dirigió al Comisario de Policía del barrio y solicitó una amplia investigación sobre el competidor que le había aparecido, argumentando presunto fraude al vecindario. La investigación no arrojó el resultado esperado por el religioso. El comisario Bermúdez le informó lacónicamente: “Vea Padre, no hemos podido encontrar nada para procesarlo, este hombre es muy hábil y escurridizo, debe estar cruzado con anguila”.

En efecto, el Kenri solo recibía personas en su casa, no cobraba honorarios por los consejos que daba, los regalos que recibía no constituían delito, solo sugería donde comprar los remedios, la cancha de fútbol había sido alquilada para un espectáculo de circo y las reacciones del público eran simples manifestaciones de la buena gente.

Pero bien dicen que la codicia rompe el saco y a nuestro hombre, un buen día, le llego su San Martín. Fue cuando le recomendó a un comerciante que la cura de sus males podría hacerse a través una importación de juguetes especiales provenientes de Estados Unidos. Por supuesto el comerciante entregaría el dinero por anticipado y el Kenri se ocuparía de la importación. Cuando el buen hombre recibió la mercadería en su depósito pudo constatar que las cajas, en vez de juguetes, contenían hojas secas. De inmediato se personó al Comisario Bermúdez, quién en menos que canta un gallo, detuvo al “sabio”.

En la declaración indagatoria se le preguntó al Kenri porqué había colocado hojas en lugar de juguetes, a lo que el muy fresco respondió: “Pero Comisario, no dice la poesía que… “hojas del árbol caídas / juguetes del viento son…”. El Juez de Sentencia lo condenó a ocho años de prisión por el delito de “estafa en la calidad o cantidad de las cosas” (art. 176 del Código Penal). Lex…dura Lex.

viernes, 7 de marzo de 2008

¡¡¡Yo le conozco!!!

En mi vida, no hay casi nadie conocido a nivel público, así que hace un poco de ilusión cuando descubres que alguien que te liga con tu pasado aparece en algún medio de comunicación. De repente oyes un nombre y un apellido y te dices: ¡¡¡Yo le conozco!!! (digo le, porque es una persona que iba conmigo al colegio, y como era solo de chicos .....)

En ese momento, recuerdas un motón de anécdotas, de historias, de risas, de noches durmiendo en su casa, de mucha diversión. Y esa asociación de ideas retrotrae a otros momentos, a otros compañeros y a otras circunstancias. A esa vida que has dejado atrás y que, si bien no está presente en el devenir diario, te pertenece y espera agazapada su oportunidad para devolverte una sonrisa, acompañada de un cierto toque de nostalgia.

Eso me ha pasado hoy. Iba escuchando la radio (y no precisamente una radio amiga, pero, claro, en estos días hay que escuchar todo para tener amplitud de miras) cuando han mencionado su nombre. Una crítica feroz hacia su persona motivada por sus creencias y por su ideología. Durante un momento he sentido lástima por él, por la manera en que era juzgado sin posibilidad de defensa. Pero luego le he recordado. He visualizado aquellas tardes de colegio y aquellos fines de semana en los que tan bien lo pasamos. Y no he podido tener un ligero pensamiento egoísta: me ha alegrado oír tu nombre.

Ahora solo le deseo que le traten como se merece, y no que le utilicen con motivos puramente políticos como se usa una marioneta.

Yo te conozco. Sigue siendo como eres. Mantente firme en tus ideales (que por cierto, no son los mios) y no dejes que acaben contigo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

DE REFRANES Y REALIDADES

Dice el refran que "A todo cerdo le llega su San Martín" o que " Se coge antes a un mentiroso que a un cojo".
También hay frases para el recuerdo como aquella que decía: "Se puede engañar a una persona durante mucho tiempo, o a muchas personas durante poco tiempo. Pero nunca a muchas personas durante mucho tiempo". Winston Churchill.
Y la verdad es que este muchacho tenía muchas frases que crearon época: " Hay adversarios, enemigos y compañeros de Partido".
Pero si seguimos la frase de Pio Cabanillas que emula al Conde de Romanones no le viene a la saga: "Al suelo que vienen los nuestros". El mismo Conde que pronunció "!Joder que tropa!".

Cualquiera de estas frases serviría para iniciar esta entrada.,aunque preferiría que las dos primeras se hicieran realidad en un espacio breve de tiempo.
!Cuanta agresividad! os direis. Pero es que acabo de ver las listas electorales del Partido en el que he militado activamente durante años y me he quedado clavada.

Si señores, lamento comunicarles que mis enemigos, los que me arrancaron del sillón con malas artes han conseguido sus objetivos solo 5 meses después de defenestrarme. Y ahora tengo que tragarmelos en las listas del Parlamento e incluso del Senado.

Ahora tengo que ponerme borde y hacer comentarios maliciosos, pero os aseguro que todos son la pura verdad.
El primero de los individuos es un ser impresentable, mal educado, grosero y además un chorizo capaz de mangar a sus compañeros 120 €. Su mayor virtud es ser homosexual, cotilla y traer y llevar chismes para enfrentar a sus rivales y quitarlos de la circulación para sentarse en la silla. ( Como sin duda sospeché desde el principio).
El otro es un ser correcto, educado y mas tieso que un ajo, cuya mayor virtud es no mover un dedo, no despeinarse y quedar de maravilla ante la cámara que para eso es fotogénico. Su pretención es llegar a Papa sin pasar por monaguillo.
Ambos dos salieron de mi nido de víboras y fueron durante dos años mis más íntimos colaboradores. !!!No sabía yo al principio cuan íntimos iban a ser!!!. Tanto como para hacerme la cama.

En fin, cada vez que llega la hora de hacer la lista electoral alucino en colores con este mi Partido, y solo puedo comentar. "Así nos va".
Así queridos que la experiencia me dice que hay una serie de cosas que nunca debes hacer si quieres durar en política:
A saber:
.- Si tienes que aparecer ante la pantalla, ni se te ocurra ir antes a un barrio marginal, pateartelo y aparecer con aspecto ajado y cansado. Mejor vete a casa arreglate, pasa de la gente y dedicate a cuidar tu imagen.
.- Si tienes en tu camino dos rivales por eliminar lo mejor es decirle al primero que el segundo ha hablado mal él. Éste se encargará de quitar de enmedio al segundo. Y si casualmente el segundo es una persona muy válida el primero quedará marcado como prepotente y envidioso y caerá también. Y ya te has quedado con el puesto.
.- Jamás, jamás, jamás digas la verdad, aunque sea por el bien común. Al principio pensarán que eres una persona auténtica, pero al final ese será tu mayor pecado y se te considerará peligroso.

En definitiva. Yo me voy el domingo a un barrio marginal a pasar el día vigilando la limpieza electoral por el bien de la democracia, que no para el bien de determinadas personas. Esa es mi responsabilidad y mi voluntad.
...Y a los demás...
"Que les den por donde amargan los pepinos".


martes, 4 de marzo de 2008

LA JUSTICIA EN LA PATERNAL



Uno de los capítulos mas interesantes, de los avatares del afamado barrio de la ciudad de Buenos Aires, fue el de la Justicia. La cosa comenzó por causa de una decisión externa del barrio. Sucedió que en el popularísimo barrio de La Boca, sede Del club mas mentado del fútbol argentino —Boca Juniors— un grupo de artistas y personalidades de las barriada resolvió fundar la “República de la Boca”. El objetivo de esta amable Asociación sin fines de lucro, fue la divulgación de las actividades culturales de la patria chica de los boquenses, y la realización de tanto en tanto de enormes cenas para todos los “ciudadanos”.

Los vecinos de La Paternal imbuidos de su complejo-manía de hacer las cosas siempre mejor que los demás, decidieron que la fundación de una República en La Paternal era cosa de largo aliento. Había que proclamar la Independencia, dotarse de una Constitución, buscar apoyo externo, etc. etc. por lo que resolvieron empezar la obra por el techo, y no por los cimientos. Hasta que las etapas fundacionales estuviesen cumplidas, funcionarían solo Tribunales de Justicia en el ejido paternalense. En una primera etapa se atenderían aquellos asuntos que el Derecho Positivo argentino aún no había legislado y, en una segunda, se abarcaría la totalidad del derecho vigente.

Se proclamó entonces que estos Tribunales complementarios tendrían por objetivo “fertilizar el árido suelo del Derecho y promover el desarrollo de nuevas flores en la Justicia (¿?)” de todos los fueros creados el mas famoso fue el “Tribunal de los Animales”. Contrariamente a lo que muchos puedan pensar, no se atendían aquí asuntos de seres humanos, sino asuntos de seres considerados menores en la escala zoológica.

Así, perros, gatos, caballos, toros, ratones, langostas, mosquitos, etc. etc. tuvieron un fuero único, donde se dilucidaban sus cuestiones de Derecho Civil, Penal, Administrativo y otros que los involucraban. El caso que más ampollas levantó en la barriada fue el que promovió el vecino Pedro Cristaldo contra los gatos y los perros del lugar. Fue un tipo de juicio colectivo contra estas dos especies zoológicas. El vecino —que se proclamaba vocero del Barrio— sostuvo, en su escrito incial, que solicitaba la apertura de un proceso contra perros y gatos con arreglo a las prescripciones de las Ordenanzas Municipales, por el delito de orinar y defecar en la vía pública para ambos y, subsidiariamente, contra los gatos, por romper las bolsas de basura y desparramar los residuos.

Seguía diciendo que la ley instruye que perros y gatos deben ser defendidos por las autoridades, por lo que pedía el nombramiento de un Defensor a fin de que los implicados no tuvieran motivo de queja. También solicitaba el nombramiento de un fiscal acusador, la comparencia de testigos y la realización de pericias varias a “las bestias irracionales”.

El Tribunal se constituyó y las deliberaciones duraron casi un año. El representante comunal —a la sazón fiscal acusador— manifestó que: perros y gatos, aparte de “ensuciar en la vía pública y romper las bolsas, propagaban infecciones y vaticinaba que si esas especies no eran eliminadas, los vecinos se mudarían del barrio y no habría quién pagara los impuestos. También señalaba el eventual peligro de “esas fieras” —que solían morder o arañar a las personas— sobre todo en el caso de padecer la enfermedad de la rabia.

El Defensor de los acusados comenzó su descargo haciendo una apología de perros y gatos, resaltando su lealtad e inteligencia respecto a sus dueños. Se explayó sobre los perros guardianes, perros de caza y perros lazarillos, ponderó su ayuda y utilidad en las cosas del diario vivir, el amor que despertaban en las personas, quienes toleraban incluso que durmieran con ellos en sus camas. También resaltó sus labores como animales de compañía, que ayudaban a las personas mitigar su soledad, al tiempo que gustaban de jugar con los niños. Trajo a colación antecedentes extranjeros, como el de la raza San Bernardo, que a tantos humanos salvó la vida. Terminó diciendo que la actividad del “hombre de la perrera” debía ser considerada una “profesión deshonrosa”.

A su turno, un Testigo declaró que hacía veinte años que recorría las calles del barrio y que había visto y olido en la vía pública los detritus de los acusados. Otros dos testigos, imparciales como el anterior, ratificaron lo dicho por este y los tres se ratificaron bajo juramento.

En el turno de réplica el Acusador ratificó sus agravios, y el Defensor agregó una súplica pidiendo al Tribunal que no les retire su protección —pero que si este llegara a ser el caso—, que la Acusación proveyera de alguna residencia donde los animales pudieran retirarse a vivir en paz, y que si alguna hembra estuviera preñada, se le concediera un plazo suficiente para que diera a luz y se le permitiera llevar sus crías.

Después de escuchar a la Acusación, la Defensa y los Testigos el Tribunal sentenció que “las bestias dañinas” conocidas bajo el nombre de perros y gatos sean conjuradas a marcharse del Barrio de La Paternal en el plazo de 10 días hábiles, que se les prohíba eternamente todo intento de retorno y que si alguno de los animales estaba preñado se le concedieran tres meses suplementarios, bajo la protección del Tribunal, para que desalojar el barrio. No se proveyó otro territorio para el nuevo establecimiento de perros y gatos, por lo que estos debían marcharse donde quisieran o pudieran hacerlo.

Nada mas conocerse la Sentencia los habitantes del Barrio se dividieron en dos bandos irreconciliables, uno a favor y otro en contra de la resolución del Tribunal. Hubo manifestaciones y marchas, también contramanifestaciones y contramarchas, roturas del mobiliario urbano, cierre de comercios, pegatinas y otras variadas formas de protesta.

Las autoridades argentinas, viendo el cariz de los acontecimientos, consideraron que el objetivo fundacional de los Tribunales —el promover el desarrollo de las flores de la justicia— se había ido para el lado de los tomates, y que si desarrolló alguna flor, esta era de piedra, por lo que comisionaron al Jefe de la Comisaría del barrio a que tomara a su cargo la resolución del asunto, ofreciéndole carta blanca para actuar.

El Comisario Bermúdez dijo que los Tribunales, los juicios y todo lo demás, eran una parodia de la Justicia, que si los interesados querían actuar que se dedicaran al teatro, por lo que prohibió toda “actuación judicial” en su jurisdicción y aseguró que “no los metía en cana” porque consideraba que en el fondo eran buena gente y no delincuentes comunes. Y de esta forma vino a desbarrancarse lo que al principio fue un hermoso sueño justiciero. Cosas de este mundo.