lunes, 31 de marzo de 2008

El Baño (II)

Continuación de El baño (I)


Hacía horas que había dejado de luchar contra su encierro. Lo había probado todo.

El marco de la puerta se apoyaba en la esquina izquierda del cuarto, completamente desmontado y con uno de sus listones parcialmente destruido.

Durante largo rato intentó encontrar un punto frágil en el armazón. Golpeó el pomo con las maderas sin conseguir más que llenar el suelo de incomodas astillas que, después hubo de recoger y guardar en la carcasa de la escobilla del baño para no lastimarse con ellas. Intentó, así mismo sin éxito, introducir las maderas en el hueco que quedaba entre puerta y la pared. Levantó parte del techo de escayola sin que ello sirviese de mucho, tan solo llevarse un susto al notar como algo, lo que supuso sería la resistencia del halógeno, se desplazaba y caía quedando finalmente colgando.

Por último, hizo una tentativa de trepar por las paredes del aseo apoyando a la vez pies y manos, sin conseguir alzarse más allá de 10 centímetros. Una vez más el séptimo arte falseaba la realidad de las cosas, simulando facilidad en lo imposible.

Después de todos los intentos, se había sentado sobre las astillas aún no recogidas y juntando las piernas sobre si mismo había llorado desconsoladamente durante un buen rato.

Tras reponerse, recogió los restos de madera causados por sus múltiples intentos e hizo una nueva tentativa. Con ayuda del embellecedor de la puerta volvió a desplazar el falso techo. Éste quedaba a una altura un poco superior a la habitual ya que las oficinas habían sido construidas en la parte superior de un almacén, lo que había supuesto que las cubiertas estuviesen casi medio metro por encima del estándar normal de construcción. Recordó una conversación mantenida meses atrás con el responsable de mantenimiento del edificio acerca del gasto que suponía el calentar ese volumen extra en toda el área de oficinas, y despotricó sobre esos cincuenta centímetros extra que tendría que vencer.

Se subió al depósito de agua del inodoro y se preparó a saltar. Durante un minuto estuvo valorando la vía de escape. La más cercana y, tal vez, la lógica hubiese sido intentar escalar desde ahí por la pared sobre la que se apoyaba el urinario. Sin embargo desconocía que había tras ella. Quizás un falso muro por el que circulasen tuberías y cableado y sin posibilidad real de salida. De las paredes laterales solo estaba claro que una daba al servicio vecino pero, desafortunadamente, había colocado algo sobre la plancha de escayola que imposibilitaba su movimiento. El otro tabique daba a un punto ciego en la estructura del edificio, y como pasaba con la que quedaba a su espalda, podía conducirle a un callejón sin salida. Así pues, solo el muro en el que estaba enclaustrada la maldita puerta ofrecía posibilidades reales de salvación. Al desplazar el techo había dejado al descubierto un punto de apoyo para las manos. Saltaría sobre él, quedaría colgando y, después, treparía, para dejarse caer al otro lado.

No hay más que cerrar los ojos durante 30 segundos y después brincar a ciegas sobre un punto previamente establecido, para entender la dificultad que entraña un salto en esas condiciones. No existen referencias que permitan calibrar el empuje necesario para alcanzar correctamente el destino deseado. Si se salta de menos la caída es similar a la que sufre un saco de patatas al ser soltado desde los hombros. Si se salta de más, aparte de la caída anteriormente mencionada, se debe tener en cuenta el golpe frontal que se recibe y que desequilibra el cuerpo hacía atrás aumentando, de esta forma, el daño producido al ser rebotado al suelo. Esto último fue lo que le sucedió al prisionero. Pese a que había calculado todo para llegar con posibilidades de éxito a su destino, el brinco fue demasiado impetuoso. Primero su cabeza golpeó el techo de escayola inmediatamente anterior al que había movido. Eso motivó que si bien sus dedos alcanzasen el objetivo, sus manos no llegasen a asir el borde de la pared con la suficiente fuerza como para sujetarle. Su mentón chocó violentamente con el azulejo provocándole un dolor punzante y haciéndole perder el equilibrio, de modo tal que, al caer, se golpeó la cabeza con el retrete y perdió el conocimiento.

Se despertó magullado, con los miembros dormidos por la postura en la que había caído y con un dolor de cabeza que hacía difícil, incluso, el pensar. Después de un rato sin moverse, las molestias comenzaron a remitir. Aprovechó para palparse la maltrecha barbilla, en la que notó sangre coagulada. Continuo la exploración con su cráneo donde un gran chichón había florecido, y las extremidades. Por suerte no se había roto o dislocado nada con la caída.

Pasados esos momentos, su estómago empezó a dar señales de vida y le hizo caer en la cuenta de que hacía casi veinticuatro horas que no comía o bebía nada.

Afortunadamente la cisterna contenía el agua necesaria para aliviar la sed que apareció sin aviso. Sintió un poco de repugnancia al pensar en beber el líquido contenido en ella, pero rápidamente pensó que no tenía nada mejor y que, además, el depósito era independiente del inodoro, por lo que el agua debería ser potable. Aun así como no podía ver la apariencia real del líquido, cuando recogió un poco de agua con sus manos, la acerco a su cara para olerla antes de catarla. El hedor le provocó una arcada.

"Lógico" – razonó -. "Probablemente huela así porque lleva varias horas sin renovarse".

Tiró de la cadena cuatro veces antes de repetir la operación. Esta vez el mal olor no apareció por ningún sitio y pudo beber cuanto quiso. Después se remojó la cara para limpiar los restos de sangre. Al hacerlo se percató de que su barbilla y mejillas comenzaban a mostrarse los síntomas del tiempo transcurrido desde su último afeitado.

Una vez repuesto, se sentó en la tapa del water y, por enésima vez, repaso la situación en la que se encontraba. Tan solo halló una cosa que no había probado. Utilizar la cisterna como ariete. Sintió miedo. Si lograba sacarla de su ubicación se quedaría sin reserva de agua o ..... El paso del miedo a la euforia, fue instantáneo ..... Ó provocaría una inundación del cuarto.¡Lo tenía!. Si el agua anegaba el servicio, tarde o temprano provocaría una gotera que haría que alguien pasase a comprobar el origen de la inundación.

"¡SÍ!¡SÍ!¡SÍ!" – gritó presa de la emoción-. ¡SÍ, COÑO SÍ!" -movía al tiempo los brazos de arriba abajo con sensación de triunfo-. "¡Eso es lo que hay que hacer!".

"¿Pero cuando?" – pensó-. "¿Cuándo es el momento? Ahora desde luego no. No hay nadie en el edificio. Nadie se daría cuenta hasta el lunes y me pasaría todo el fin de semana calado hasta los huesos" – el pensamiento le desanimo -. "No. Tengo que esperar al lunes, cuando estén los chicos del almacén"

Reconfortado ante la nueva perspectiva de fuga que se le ofrecía, se sentó en el suelo estirando sus piernas y apoyando la espalda, en la hoja de la puerta.

De vez en cuando algún movimiento le recordaba la existencia del chichón y le obligaba a cambiar de postura, pero en líneas generales con el ánimo renovado veía las cosas de diferente manera. Recordó a Jose Luis Lopez Vazquez en La Cabina, historia de parecidas similitudes con la suya. Entendió la angustia que sufría el personaje viendo con impotencia como nada ni nadie conseguía librarle de ese injusto encierro. Menos mal que él no terminaría igual.

Las horas pasaron lentamente. Combinaba cortos ratos en los que conseguía conciliar el sueños, con otros en los que el tormento del hambre le impedían descansar. Durante ese tiempo ejercitó sus músculos de la mejor manera que pudo y, sobre todo, pensó.

Reflexiono acerca de quien era y en quien quería haberse convertido cuando soñaba despierto en su infancia. Se replanteó su vida. ¿Por que había llegado a esta situación? ¿Que papel desempeñaba como padre? ¿Qué tipo de pareja fue para su mujer? ¿Qué clase de compañero y de amigo era para los demás?

Con mirada crítica fue desmontando, uno tras otro, los tópicos que había llegado a creerse sobre su persona.

No era un tipo trabajador, como siempre se había visto, si no una persona que encontraba en su área laboral la manera de escabullirse de su realidad más cercana.

No era eficiente en sus ocupaciones, más bien les dedicaba más tiempo de lo normal para que las cosas salieran como era debido.

Nunca se había esforzado por ser un buen progenitor. Había desatendido a sus hijos siempre que había podido hacerlo, traspasándole las responsabilidades inherentes a la paternidad, a la madre de los niños.

No había sabido hacer feliz a su ex-mujer, obligándole a llevar una vida de soledad dentro de la pareja. Entendió su reacción el día que le dejó. ¿Cómo decía aquella canción que sonaba mientras desaparecía de su vida? ¡Ah. Sí!

Cuando la ceremonia de vivir se te empiece a repetir,

Si en la película de ser mujer estás harta de tu papel,

Pisa el acelerador… márchate lejos

Debería haber pisado el acelerador mucho antes. Se compadeció de ella. "Yo no hubiese soportado tanto tiempo" – se dijo a si mismo-.

Le pediría perdón. Se lo pediría a todos. A ella, a sus hijos, a sus hermanas, a las que nunca llamaba ni visitaba, a sus amigos, a sus compañero de trabajo. A todos. No habría ninguna excepción.

El tiempo continuo su curso. Algo le puso alerta ¿Había sido un ruido lo que había oído? No. Probablemente estaría soñando y lo que fuese que creía haber sentido formaría parte del mundo onírico. "A este paso acabaré volviéndome un poco majara" – dijo en voz alta para escucharse. Suspiró-. "Este encierro es propio de una novela de Stephen King. Claro que si la historia fuese suya, este no sería un water cualquiera. Seria uno que encierra algún tipo de maldición y que, periódicamente, engulle una victima. Desde luego no lo trataría como una simple desgracia con una cerradura".

Se imagino su encierro como una película. Se vio a si mismo interpretado por un famoso actor. ¿A quien le iría bien este papel? ¿A Nicolas Cage? No, demasiado melancólico ¿Tom Hanks? Desechado. Muy mayor. ¿Johny Deep? Murmuro entre dientes. Seguro que le sacaba jugo a la situación.

De director, por supuesto, Tim Burton ¿Qué mejor escenario sobrecogedor que este en el que estaba? Tétrico. Claustrofóbico. Angustioso. Se recreó viéndose a si mismo recogiendo un Oscar al mejor guión original. Imaginó su discurso de agradecimiento. Las entrevistas posteriores. "¿Qué sentía ahí dentro Sr. Sultán?", "¿Es verdad que pensó en suicidarse?"... "¿¡Quien yo!?¡Nunca!" Siguió divagando lo que pareció una eternidad.

De nuevo se sobresaltó. Esta vez sí lo había oído. Un pequeño rumor, pero que estaba cerca. Muy cerca. Se asustó. Aquello no era normal. No había luces en el servicio ¿Cómo podía haber entrado alguien sin que la fotocélula se activase?

Oyó un gorgoteo a su lado, en el inodoro. ¿Sería una rata? Algo había leído una vez acerca de ratas que aparecían dentro de la taza. El ruido se oyó de nuevo. Fue un único borboteo. Seco. Profundo. Aterrador. Miraba sin ver, hacía donde debía estar la taza. Y, de repente, el ruido emergió de nuevo. Una burbuja, que aumenta de tamaño y explota sin avisar..... Pero esta vez vino acompañada del sonido producido por la tapa del retrete al caer. Fue leve, pero audible. ¡La tapa se había levantado!

Intentó levantarse y sentarse sobre ella. Pero no pudo. El terror le impedía moverse.

Pasaron los segundos y, una vez más, el silencio se quebró con la burbuja que, cual ave Fénix, renacía de sus cenizas. Esta vez su tamaño debía ser mayor que el anterior, por que el sonido provocado al morir, fue amortiguado por el producido por la caída del cierre del inodoro que resonó igual que un disparo.

Juanjo no pudo más. Comenzó a chillar aterrorizado. "¡Basta!¡Basta!" – gritó-. "¿Por qué me haces esto? ¿Qué quieres?". Pero en lugar de oír su voz, lo que escucho fueron cientos de burbujas explotando a su alrededor. Esta vez no salían de ninguna parte de la habitación. Brotaban de su boca. Cada vez que pronunciaba una palabra, ésta se convertía en una burbuja que emitía el característico "POP" al reventar.

"¿Qué?....¿Qué es esto? – se preguntó en voz alta- "¿Qué me está pasando?" POP, POP, POPOPOPOP. Las burbujas reventaban con una cadencia similar al de una mascletá valenciana, envolviéndole en una desesperación sin fin.

Otra vez empezó a levantarse la tapa del inodoro. Pero a diferencia de las anteriores, en esta ocasión pudo verla. Por primera vez desde que había comenzado su cautiverio, veía claridad. Una luz nacía del water al tiempo que la burbuja, una gran burbuja transparente, iba abriéndose camino por el mismo. La pompa creció y creció. Esta vez no explotó como las anteriores, si no que fue ocupando el espacio vacío acercándose cada vez más a él.

Cayó presa de una angustia que empezó a envolverle y rodearle a la par que la burbuja. Comenzó a entender la maldad que ésta transmitía. El mal que tenía reservado para él.

Intentó gritar, pero de su boca solo salieron nuevas pompas que se unían a la grande como si siempre hubiesen formado un todo.

Y la luz seguía ahí. No ocultándole nada de lo que le esperaba. No crecía, era fija, estática y lejana. Tan solo una rendija que se atrevía a violar la oscuridad con la que tanto tiempo había convivido. Con voz queda, pero calmada preguntó "¿De donde sale esta luz?"

Y, entonces, despertó. Con el corazón latiendo sin descanso un pensamiento se repitió en su cabeza "¿De donde sale esta luz?". Por que sí. Esta vez no era un sueño. Por la rendija de su puerta veía luz.

Continuará .......

1 comentario:

Firebrand dijo...

Hasta que el cuento no termine no es posible emitir una opinión. Pero al menos llego a la conclusión
que nuestro personaje se encerró en una especie de caja fuerte. Es obvio que la construcción parece sólida, por lo que es dable pensar que no son los edificios de ahora, sino de hace 100 años. Con la construcción actual, puro carton piedra, con solo un empujón la puerta hubiera cedido. Y con solo soplar las paredes se habrían derrumbado. Esperemos al final para ver si se devela el nombre del cosntructor.