jueves, 27 de marzo de 2008

LA CONFESION

LA CONFESION


Mire, Comisario, ya se que usted me va a meter en cana porque me sorprendió con seis pibes, en la casa de uno de ellos cuando estaban cogiendo conmigo; y también se que me va a mandar adentro acusada de corrupción de menores, porque un vecino hijo de puta me vio entrar en la casa y les aviso a ustedes. Y se, que hoy, 25 de julio de 1952, es un día triste para muchos argentinos, porque murió la señora Eva Perón. Pero si tiene ganas de charlar un poco, permítame que le cuente la historia de mi vida, y después, si le parece hacemos el Sumario.

Mire, yo me llamo Felisa Rampolsky y nací hace 52 años en Polonia, en un pueblito de mala muerte llamado Czyzec. A los 15 años mis padres, que eran unos muertos de hambre, me vendieron por un poco de plata a un tipo que venía de Argentina a buscar mujeres para los prostíbulos. Lo mandaba la Zwy Migdal, la mafia judeo-polaca que manejaba parte de los burdeles en Argentina. En casa éramos como siete hermanos —chicas y varones—, y no había comida para todos. Con lo que sacaron por mi venta la familia tuvo para comer un año, por lo menos.

Pero no vaya a creer que la operación se hizo como en un mercado se vende una vaca: no, de ninguna manera. se montó una parodia de casamiento, con un rabino y todo, incluso papeles. Pero eso era “pour la galerie”. ¡Quién se iba a creer que un tipo con plata venía de Sudamérica para salvar a una polilla como yo! Solo los imbéciles de mis padres; pero créame, yo dudo de ello, para mí que sabían que me mandaban al matadero.
El asunto es que el tipo, mi “marido”, arregló a los funcionarios polsky, con guita, me hicieron papeles nuevos y me aumentaron la edad hasta los 18 años (de esa forma era mayor de edad) y todos contentos.

Y nos embarcamos en Hamburgo, y a las tres semanas llegamos a Buenos Aires...
Déjeme decirle que había que conocer la miseria tan honda de las aldeas polacas para entender que un viaje a Buenos Aires no era tan terrorífico, incluso sabiendo a lo que se venía. Cuando llegamos me entregaron a una puta vieja, ascendida a Madame , que era quién regenteaba la casa donde me tocaba trabajar. Lo primero que hicieron fue retenerme los documentos, luego me llevaron a la Municipalidad y me dieron una Libreta Sanitaria. Mas tarde, fuimos a una tienda enorme, Harrods de Buenos Aires, y me compraron la ropa de trabajo: batas de seda bordadas en oro, camisones de gasa transparente muy escotados, medias negras, ligas, chinelas, zapatos, corpiños y un montón de cosas más.

Teníamos absolutamente prohibido salir a la calle —solo acompañadas por la Madame—. Vivíamos en la casa donde trabajábamos, allí se cocinaba y se comía muy bien, laborábamos seis días por semana: desde la media tarde hasta la madrugada siguiente. Dormíamos de mañana. La tarifa era de dos pesos por media hora, si el cliente se quedaba más pagaba otro turno. La Madama controlaba estrictamente el tiempo, y a la media hora golpeaba la puerta para que se fuera el tipo.

Si nos portábamos mal, nos pegaban y encerraban en una pieza separada, uno o dos días y nos daban poca comida. Era una cárcel dentro de otra cárcel. Nos hacíamos entre 15 y 20 clientes por día, pero había veces que nos pasábamos a más de 25, y entonces nos daban cocó —cocaína— para vigorizar el cuerpo y aguantar. Terminábamos muertas con un gran ardor en la vagina, fuertes dolores en la cara interna de los muslos, apretujones en el cuerpo, chichones y la piel irritada por lavarnos tanto con permanganato, para prevenir infecciones.

Y así trabaje como 15 años, junté buena plata porque nos daban la mitad de lo que recaudábamos, pero los años me dejaron su huella. Al final, ya no era tan joven y me vendieron a otros mafiosos en un remate que organizaron en el café Parisien; ¿se acuerda? ¿Comisario?, era el que estaba en Avenida Alvear esquina Billinghurst .
Qué denigración, laburamos para ellos como desgraciadas y al final, nos remataron como si fuéramos ganado, de seres humanos: nada.
Después vino la revolución de Uriburu (1930) y cerraron la Zwi Migdal, así que estuve trabajando para otros cafhisios menores hasta que en 1946 Perón cerró los prostíbulos, y a partir de ahí empezé a laburar por mi cuenta. Yo me dedico a los pibes que recién debutan, me paso varios por vez a razón de 15 pesos cada uno, vio como son, acaban enseguida y afuera. Y bueno, estando en lo que estoy usted vino a engancharme.

No joda. ¿Me larga sin hacerme el Sumario?
Gracias Comisario, muchas gracias... y que Dios lo bendiga.

1 comentario:

boticcario dijo...

Todavía tengo la carne de gallina. No sé que más decir. La verdad.

Un vez más, te has superado.