viernes, 14 de marzo de 2008

LA CENSURA EN LA PATERNAL




El Barrio de La Paternal siempre fue un barrio de orden. Sus habitantes se encuadraban de inmediato con la fuerza política que triunfaba en las elecciones y permanecía fiel a ella hasta que era derrotada en las urnas o expulsada por las revoluciones militares. Así sucesivamente el barrio fue conservador, militarista, peronista, radical intransigente y radical del pueblo. Había épocas en que las gentes de la barriada se sentían los campeones de la democracia y otras en las que eran dictadores de alma. “Dictaturisti militaristi” decía un rumano.

Y fue en unos de esos períodos negros, en el que se estableció en el barrio una Oficina de Censura, complementaria de un Organismo Gubernamental, que se dedicaba a revisar todo tipo de publicaciones, películas, costumbres, modas y en general cualquier cosa que algún reaccionario deseara denunciar, a fin de determinar si el objeto denunciado debía modificarse o prohibirse.

Era un cuerpo colegiado donde estaban representadas las fuerzas vivas del barrio, comercio, industria, iglesia, profesiones liberales, artistas, etc. No fueron aceptados los levantadores clandestinos de juego, ni las prostitutas. La excusa de semejante engendro era la de siempre, resguardar la moral y las buenas costumbres, pero a nadie escapaba que el motor de esa comisión eran el resentimiento, el odio y la envidia.

En materia de publicaciones circulaban diarios con noticias truncadas y espacios en blanco, señal del paso de los censores. Los avisos callejeros presentaban en las imágenes parches tapadores sobre aquello que se consideraba inconveniente. En las películas podían apreciarse saltos en las escenas, cuando no la eliminación de actos enteros. La película de Ingmar Bergman “Un verano con Mónica” de 2 horas de duración, quedó reducida a un cortometraje de 23 minutos .

El delirio censor llegó hasta la correspondencia particular y comercial. Los censores solicitaron que las piezas de correo circularan abiertas, a fin de tener mas fácil su tarea. Cuando no; eran ellos los que abrían las sobres con vapor y luego volvían a cerrarlos.
Producto de aquellas irrupciones en la privacidad de las personas fue la creación de un “Departamento de cartas de amor” a cargo de un grupo de fracasados en lides amorosas, quienes pretendieron aplicar metodologías pseudo científicas para tratar de determinar que cartas podrían circular o cuales deberían ser prohibidas.

El resultado fue un “Digesto” que alumbraron tan ilustres eunucos, del que solo llegaron a conservarse dos partes —por los motivos que se explicarán al final—de las que hemos extraído sus conclusiones, dignas de una Antología de la Estupidez Paternalense. La parte primera trataba sobre la correspondencia en el Amor honesto, legal y normal Comenzaba planteando el caso de una carta de amor enviada por un loco, y se preguntaba si ello podría configurar una obligación de matrimonio. Decían las lumbreras que si el desorden mental del remitente había sido consecuencia del incidente amoroso, se consideraba a este un lunático, y sus cartas no representaban una obligación legal, ya que una pasión honda hacía que el autor perdiera del todo la cabeza.

La carta de amor enviada por un borracho consuetudinario, ¿lo compromete en matrimonio? Ello dependería del grado de intoxicación del individuo al momento de escribirla. Si estaba solamente “chispeado” debía entenderse que si, y si la tranca era de órdago, debía entenderse que no.
En relación a las consideraciones de uso común, frases como “eres mía” o “quiero que seas mía” no implicaban obligación de matrimonio. En cambio expresiones como “quiero que seas mía y no me importa lo que diga la gente” o “solo la muerte puede separarnos” si obligaban en matrimonio al remitente.

Las promesas condicionales como: “si alguna vez me caso, tu serás la única elegida” o “si saco la lotería me caso contigo” solo obligaban al matrimonio si la condición se cumplía. En estos casos, tener ganas de casarse o sacar la lotería. En cambio no había posibilidad de reclamo si el remitente escribía “nunca me casare contigo, aunque saque la lotería”. Y como corolario de todo este capítulo de amor honesto, legal y normal, se establecía que si la destinataria de las cartas no las contestaba, no existía por parte de ella la obligación legal de casarse.

La segunda parte del Digesto se refería a la correspondencia en los supuestos de Amor culpable o ilegal. En el supuesto en que una esposa cometiera un desliz y le escribiera a una tercera persona, el marido tendría varias alternativas: 1) Si lo hizo por inexperiencia y cometió un error inocente, podría ser perdonada; 2) Si lo hizo deliberadamente podría ser golpeada e incluso tirada al suelo; 3) Si la esposa sale sola y regresa tarde en la noche, podría ser abofeteada, pero si la bofetada provoca hemorragia nasal, es causa justa de divorcio. (solo separación de cuerpos, no anulación del matrimonio).

¿Y que sucedía en ambos capítulos, si las cosas fueran al revés, o sea que fuese el hombre el causante de todos los supuestos? En estos casos la mujer tenía absolutamente prohibido abofetear al marido y debía resolver pacíficamente el asunto.
Lo mismo sucedía con las infidelidades a las que eran tan afectos los hombres paternalenses. Siempre la mujer debía perdonar, comprender, disimular y aguantar, todo en aras de las buenas costumbres. Los pretextos mas variados servían de coartada a los machos para sus correrías; que se tentó, que se lo pedía el cuerpo, que la otra era muy linda, o simplemente que tenía ganas.

Era inconcebible que una mujer pudiera hacer una cosa semejante, razón por la que nunca se presentó un caso así. Y si alguna vez ocurrió, como decían las malas lenguas, fue tapado para salvaguardar el honor del hombre.
Como puede apreciarse esta “legislación” temeraria , irracional y machista fue despertando en la barriada una reacción que se materializó hacia fines del mes de junio de 1956, en ocasión de celebrarse la fiesta de San Juan y San Pedro.

La costumbre era la realización de una enorme fogata en el medio de la calle, donde se quemaba un muñeco de trapo. En esta oportunidad la fogata se hizo dentro del edificio en que funcionaba la Oficina de Censura, y en vez del muñeco se quemaron los archivos
de la misma. Solo pudo salvarse una pequeña parte de los legajos, de lo que hemos dado cuenta mas arriba. Y así se escribe la historia.

No hay comentarios: