viernes, 25 de enero de 2008

INVENTORES

A propósito del comentario que NOA hizo a la etiqueta de SIMBA



El prestigioso barrio de “La Paternal”, de la benemérita “Ciudad de Buenos Aires”, fue pródigo en inventores de toda laya y de cualquier especialidad. En honor a la brevedad y para no cansar al lector, me referiré solamente a uno de ellos.
Nicolas Mutolo era un obrero de la industria metalúrgica, que una vez concluida su jornada laboral, gustaba sentarse en las sillas de la vereda de un café en la Avenida San Martín. Allí, detrás de su cerveza de rigor, disfrutaba del espectáculo que daba la gente al pasar frente a su mesa. Sus largas observaciones y meditaciones lo llevaron a inventar un aparato —muy sencillo—con el que comenzó a participar activamente del espectáculo que la buena gente le ofrecía. Se trataba de una especie de palillo dental, pero era de un metal que combinaba rigidez y flexibilidad. Mucho menos que un clavo, pero más que un resorte. Nicolás había perdido una pieza dental, un molar, dos dientes antes de la muela del juicio. Allí reinaba un agujero, pieza maestra de su futura invención. El engendro se completaba con bolillas de metal pequeñas, similares a los perdigones que tienen los cartuchos de las escopetas. Y así, un santo día comenzó a funcionar el artilugio. Nicolás se introducía primero en la boca una bolilla de metal y con la lengua la desplazaba hacia el agujero mencionado. Luego se ponía el palillo metálico y colocaba uno de sus extremos en el agujero, al lado de la bolilla; ejercía una cierta presión lateral, abría la boca y la bolilla salía disparada hacia afuera como un auténtico proyectil que era. Al principio las bolillas caían en cualquier lado por falta de dirección precisa. Pero nuestro hombre—paciente como era—logró acomodar el ángulo de tiro,— no antes de severas pruebas— y sus proyectiles comenzaron a impactar en la gente. Primero fue en las piernas y luego en el cuello, cabeza y cara de los paseantes.
Como es lógico, cada sujeto o sujeta impactada, reaccionaba con mucho enojo, ya que
sentía un dolor no despreciable en su humanidad. Miraba en torno tratando de averiguar de donde provenía el proyectil, y a lo sumo podía ver un apacible ciudadano sentado en una mesa del café, y con cara de tonto, mirando hacia otro lado. El afectado optaba por retirarse. Esta situación comenzó a repetirse de manera alarmante. Nuestro francotirador se exacerbó peligrosamente, afinó aún más su puntería, se cargó la boca de cantidad de bolillas y empezó a disparar de a dos y tres por vez, alcanzando incluso a los tranvías 86, 94 y 95 que circulaban por la avenida, amén de algunos automóviles.
A tal extremo llegaron las cosas, que cundió la alarma en el barrio. Los tranvías comenzaron a circular con las ventanillas bajadas y los paseantes, llegados a la zona del café se cruzaban a la vereda de enfrente…por las dudas.
La “Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires” y la “Asociación de Amigos de la Avenida San Martin” presentaron sendas denuncias ante la Seccional 41 de la “Policía Federal” que tenía a su cargo la vigilancia de la zona. Se declararon
alarmadas por el impacto negativo que en sus negocios producía semejante salvajada.
El Comisario Duragnolo, hombre avezado en su especialidad, se puso al frente de la investigación y en el término de pocos días logro arrestar a Nicolás Mutolo que fué
llevado a la Seccional. Allí le llenaron la boca con medio kilo de bolillas y se la cosieron con hilo sisal. Luego lo pusieron en libertad, pero antes el comisario le dijo: “Ahora, si queres tirar bolillas, lo vas a tener que hacer con el culo, hijo de puta”.

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