lunes, 28 de enero de 2008

Crónica del no querer querer.

Hace unos días un amigo me contó una maravillosa y a la vez terrible historia de amor.
Su relato era tranquilo y pausado, matizado por el tiempo y la paz que otorga el haber querido profunda y tiernamente.
No se trataba de una historia de amor a la vieja usansa, ni siquiera sus protagonistas eran Romeo y Julieta, pero desde luego sus palabras quedaron grabadas en mi memoria profunda y surgen ahora como un recuerdo latente.

Desde entonces una pregunta ronda mispensamientos. ¿Es lógico desterrar lo más maravilloso de la vida por miedo al sufrimiento?.

Pasamos la mayor parte de nuestra existencia sobre la línea blanca del camino, sin salirnos de los márgenes por temor al peligro.
LLamamos locos a los que se atreven a desafiar a los elementos y juegan con el destino y con la muerte.
Apreciamos la lógica de los sensatos y los mandamientos de los sabios.
Guardamos nuestros deseos y sentimientos en un corazón de hierro acorazado.
Y con eso creemos vencer al beso de la muerte, sin saber que no hay peor muerte que la de enterrarse en vida.

Imagino un hombre desesperado y consciente de que el tiempo se acaba.
Casi puedo verlo acariciandole el rostro con su mirada hasta el amanecer, sabiendo que quizás esa sea la última madrugada.
Amar a sabiendas de que no hay futuro, de que todo acabará, que dentro de unas horas o unos días ella ya no estará aquí, en sus brazos, tan pequeña, tan fragil.
Y aunque por nada del mundo desearía su suerte, admiro su valentía y querría ofrecerle el consuelo de un abrazo.

Y en el extremo opuesto me rebelo contra el ser que huye del dolor y recorre el camino de la soledad y el abandono.
No ver, no abrazar, no acariciar, no amar para no sufrir. Alejar de tí una parte de tu ser, para que la mente pueda atravesar indemne el oscuro velo de la desesperación. ¿Cobardía?. ¿Pánico?. ¿Terror?. No quiero ni imaginarlo. Pero debe ser la peor sensación del mundo. Abandonar lo que más deberías amar, por miedo a querer tanto que el corazón se rompa en pedazos.

¿Es posible vivir con ese recuerdo?...Pero ¿Quien soy yo para juzgar el sufrimiento ajeno?.

En esta crónica de desvarío una respuesta se vislumbra en mi mente.

"Jamás renegar ni pedir perdón por haber amado demasiado, sino por no haber amado".

Un abrazo de oso a todos los que valientes que al menos por una vez no huísteis del amor.





3 comentarios:

Firebrand dijo...

Mis queridas amigas B. y N.
La literatura Universal nos ilustra con dos tipos de amantes masculinos que están ubicados en las dos puntas del espectro amatorio. Uno es Werther (Goethe)que representa el miedo de amar, en él estan personificadas todas las angustias que han apenado a todos los amantes indecisos de todos los tiempos. Para ser feliz ensaya la infelicidad: goza de sufrir, tiembla de querer y muere de amar. Carlota teje con él una amistad equívoca, como puente para llegar al amor. Todo fracasa y Werther termina siucidándose.
En la otro punta esta Don Júan quien representa el derecho de amar. Es el triunfo del instinto contra la hipocresía de la sociedad.
Pero también muere en la mitad de su carrera, luego de la amante 1003
La lección que nos transmiten estos dos personajes, tan reales como ficticios, es que ames o nó, siempre sufrirás. Y nosotros, pobres mortales estamos oscilando entre ese dos arquetipos.

Firebrand dijo...

Fe de errata:
al final...entre estos dos arquetipos.

Los Caballos de Troya dijo...

Tengo que reconocer que todos vuestro textos son admirables y admirados.

Pero no llego a comprender por qué hay amantes indecisos que optan por la infelicidad, por sufrir de amor. Uno sufre de amor porque no es correspondido, pero por qué debería de sufrir por que ama.
No creo que se pueda desterrar lo más maravilloso de la vida por miedo al sufrimiento. Cuando uno decide tomar un camino y está seguro de ello va a por todas.

Os invito a leer una entrada de nuestro blog que es del 2007 y se titula una historia de dos.