viernes, 16 de mayo de 2008

El Baño (III)

Continuación de El baño (II)

A través de la ventana oía caer la lluvia del típico chaparrón estival. Le habían llevado allí después de sacarle de su involuntario encierro. Al principio se había sentido feliz y dichoso al ver la claridad después de tanto tiempo, sin embargo, apenas había golpeado la puerta haciendo notar su presencia en el servicio, notó que las cosas no eran del todo normales. En lugar de las esperadas voces de los chicos de almacén, la respuesta que recibió fue en un idioma de la Europa del Este. Las personas que se encontraban al otro lado de la puerta comenzaron a discutir entre ellos. Notó su nerviosismo ante la inesperada presencia que se habían encontrado en el cuarto. Finalmente, alguien con acento fuertemente eslavo se dirigió a él.

- “¿Quien está ahí?” – le preguntó.

Un sexto sentido aconsejó a Juanjo no desvelar a las primeras de cambio quien era. Había algo en aquella voz que le había resultado familiar, si bien no podía saber que le había llamado la atención. “Sí. Hola. Llevo encerrado en el baño desde el viernes por la tarde”- respondió -. “¿Ya es lunes?”

- “¿Eh? ... Sí, sí ... Lunes” – la voz mentía. Pudo percibirlo en la duda que se intercaló entre las palabras.

Oyó como desde fuera manipulaban el picaporte y mientras pensaba que hacer escuchó el inconfundible clic del interruptor y la luz volvió a iluminar la estancia.

La repentina claridad, abrasó sus ojos como si de una espada de fuego se tratase. El dolor le hizo trastabillarse y caer hacia atrás, quedando sentado en la taza del retrete, mientras, con sus manos, trataba de protegerse. En ese momento, la puerta se abrió, y una sombra se inclinó sobre él, asiéndolo de la pechera de la camisa y sacándolo fuera de la que había sido su prisión.

Le condujeron semiciego a un despacho que, por su disposición, reconoció como el suyo, antes de tener que volver a cerrar los parpados para resguardarse de la agresiva claridad y le sentaron en su sillón. Alguien preguntó algo y unos segundos después escuchó el sonido que producen los papeles al volar y el de un objeto que caía al suelo. Un momento más tarde, pese a sus protestas y de malos modos, pasaron sus manos por el respaldo del sillón y las ataron con algún tipo de cable. Asustado, escuchó como alguien corría la silla de invitados del despacho y se colocaba frente a él.

- “Abra ojos señor Sultan. No tenga miedo de mirarme” – era aquella voz conocida la que le hablaba. Sin embargo su tono no era para nada tranquilizador.

- “No puedo” – respondió incomodo-. “La luz. Me duelen mucho los ojos.”

Llevo encerrado en ese servicio sin luz desde el viernes. Aquí hay mucha luz y mis ojos me están matando. Me duele muchísimo. Apáguenla, por favor

Volvió a oír pasos, y un momento después, la luz halógena de la estancia fue cambiada por una luz indirecta de una lámpara de mesa.

- “¿Como han podido abrir esa puerta?” – se atrevió a preguntar mientras trataba de ir abriendo los ojos lentamente

- “Bueno, Sultan. En realidad no fue difícil ¿Sabe?. Si hemos podido entrar en esta oficina con sus medidas de seguridad, puerta de un baño no es muy complicada de abrir ¿No cree?” – como la mayoría de los exyugoslavos que había oído en su vida, la mayoría deportistas de élite, el español utilizado era amplio en vocabulario, pero carente de artículos

Por primera vez Juanjo se percató de que su interlocutor le conocía. “¿Quién es usted?” –inquirió mientras intentaba centrar la vista en él.

La luz de la lámpara giró y le dio de lleno en los ojos, haciéndole gritar de dolor.

- “No intente reconocerme Sultan. Yo se quien es usted y basta.” – Las palabras surgieron amenazantes de la boca de su captor-. “No se que hacia en servicio ni porque estaba encerrado, pero a mi me viene muy bien. Estamos aquí para robar caja fuerte de oficina, y usted nos va a ayudar”.

- “Yo,... yo, no... no me sé la combinación” – tartamudeó-. “No puedo ayudarles”

La luz volvió a alejarse dándole un respiro.

- “No, no, no, no” – Contestó la figura -. “No es así como se juega Sultan. Veo que no ha entendido reglas de este juego. Estamos aquí nosotros y usted. Nosotros somos varios y vamos armados. Usted está solo, atado e indefenso. No se haga héroe, porque nadie va a venir a ayudar.”

Hago mi pregunta, y esta vez no quiero mentira por respuesta. ¿Cuál es combinación de caja fuerte?

Juanjo bajo la cabeza, y aún sin abrir del todo los ojos, contestó. “No lo sé. Yo no soy el responsa....”.- El grito ahogó el resto de la frase. El meñique de su mano derecha presentaba una gran corte producido por un individuo situado a su espalda y cuya presencia le había pasado inadvertida hasta ese momento.

Escucho una risotada proveniente del individuo que tenía enfrente. Y recordó porque le parecía tan familiar su voz. Se llamaba Alexander y hasta mediados de mes había estado trabajando en el almacén como carretillero. Él en persona se había encargado de su despido cuando en una discusión con un compañero le había roto la nariz y la mandíbula con el toro de la carretilla. Reconoció su risa cuando se presentó en su despacho profiriendo todo tipo de amenazas contra su persona. Como se reía cada vez que le prometía todo tipo de vejaciones en cuanto estuviesen a solas. Y, desgraciadamente, ese momento había llegado. Desanimado se dio cuenta de que no iba a salir de allí. Hiciese lo que hiciese, aquel tipo no iba a permitirle que atase cabos y terminase por denunciarle. Nunca había sido valiente, pero percatarse de la realidad de su situación y oir preguntar “¿Duele Sultan?¿Duele?” con tono de mofa, le ayudó a decidirse. Si tenía que morir, por lo menos que fuese algo rápido.

- “Sí que duele, hijo de puta” –farfulló entre dientes. Un golpe, está vez en la cara, fue la contestación a su insolencia

- “Esto puede ser muy largo Sultan. O muy corto. Usted decide. ¡Déme combinación!”

Juanjo recitó la clave para abrir la caja fuerte. Todos, menos el individuo que se hallaba a su retaguardia, abandonaron la estancia y se dirigieron a la habitación que hacia las veces que almacén de artículos de papelería y en el que se hallaba la caja de seguridad.

Miró por la ventana. Ya podía ver con los párpados a medio cerrar. El aguacero comenzaba a remitir. Los cristales mostraban gotas que resbalaban, algunas cansinas, otras veloces, por él.

Una lágrima rodó por su mejilla. Compungido miró su despacho. Encima de la mesa estaba la foto de sus hijos. La había hecho hacía tres años, en una de las últimas vacaciones en familia. Les echó de menos. Nunca sabrían que en sus últimos momentos se había arrepentido del poco tiempo pasado con ellos. No conocerían a su padre como era en realidad. Sería solo un fantasma en su memoria. Una sombra en el tiempo.

Los hombres volvieron y le desataron. Alexander no estaba entre ellos. “Síganos”, le ordenaron, aunque la orden era superflua en tanto en cuanto le llevaban a empujones.

Entraron de nuevo en el baño. Alexander le esperaba con una desagradabe y macabra sonrisa en el rostro.

- “Señor Sultan, ¿Ya me ha reconocido, verdad? Dije que volvería a verme. He cumplido mi palabra. Su peor pesadilla ha regresado”

De un empujón le metieron de espaldas en el servicio del que le habían sacado un rato antes y le sentaron en la taza del water, enfrentándose a ellos. Vio como su antiguo empleado levantaba un revolver y le apuntaba.

La oscuridad regresó.

Epílogo

Javier Mencia salió con prisa de su despacho y se dirigió a los lavabos. Llevaba toda la mañana con ruidos intestinales que presagiaban una mala digestión y sus peores augurios parecían haberse hecho realidad. Atravesó la antesala, y llegó al servicio de caballeros. Intentó entrar en el primero que vio sin recordar que ya había intentado acceder a él tres veces en la última semana sin que pudiese abrir la puerta. Se dirigió al vecino hallándolo también cerrado, pero con una persona dentro que gritó “¡Ocupado!”. Ocurrió lo mismo en la tercera puerta, y solo cuando giró el pomo de la cuarta pudo respirar aliviado.

Al salir buscó a Mercedes, la persona del servicio de limpiezas que se ocupaba de los urinarios. Llevaba tan solo quince días en la oficina y eran poco los nombres que recordaba, pero el de Mercedes era uno de ellos. La encontró saliendo del despacho del antiguo Director Financiero.

- “Mercedes” – la llamó.

La interpelada dio un respingo. “¡Ay, por Dios! No me de esos sustos, por favor!”

- “Perdona si te he asustado”. – se disculpó.

- “Es que salir de este despacho me da muy mal yuyo ¿Sabe usted? Pienso en donde estará el señor Sultán y salgo aprensiva del todo”

Javier sabía a lo que se refería. Pese al poco tiempo transcurrido desde su incorporación, sus compañeros se habían encargado de contarle la misteriosa desaparición de Juan Jose Sultán a finales de junio y de los dos millones de euros para pagos a proveedores que había en la caja fuerte. No se había vuelto a saber nada de él, y tan solo una salpicadura de sangre coagulada en el anverso del respaldo de su sillón y un pequeño charco de sangre en la moqueta atestiguaban que algo raro podía haber pasado en aquel despacho.

- “No se preocupe” – dijo a la limpiadora -. “Solo quería saber si hay algún motivo para que la primera puerta del baño este siempre cerrada. ¿Esta averiado o algo así?”

La mujer le miró sin importancia. “¡Que va!” – exclamó-. “Se queda atascada así algunas veces. No se preocupé que esta tarde me paso a abrirla”

Javier se despidió de ella, y regresó a su rutina habitual. Media hora más tarde volvió el retortijón y con él una nueva visita al baño. Sin embargo esta vez iba preparado.En el bolsillo de su camisa llevaba un clip con el que forzar el picaporte rebelde.

Tras terminar con su tarea prioritaria se acercó a la puerta del servicio, e introduciendo el clip estirado a través del agujero del llavín, presionó la cerradura y con un clic abrió la puerta.

La fotocélula general se desactivo y la estancia volvió a quedar oscuras sobresaltando a su único ocupante. Javier se acercó a la puerta de acceso al área de servicios y con él se reactivo la luz.

El servicio que había estado inutilizado estaba igual que los demás. Javier le echó un breve vistazo y fue a lavarse las manos. No llegó a percatarse de que uno de las planchas del falso techo se hallaba ligeramente separada de la pared del servicio. A través de la rendija que dejaba, un ligero halo de luz iluminó el espacio muerto destinado a cañerías y cableados. Aquella luz alumbró tenuemente el cuerpo momificado que se ocultaba tras los azulejos, pero esta vez, sus ojos abiertos de par en par no se sintieron lastimados. Su mirada, congelada en el tiempo, se perdió una vez más en el infinito.

1 comentario:

bastekcat dijo...

Esto me recuerda a las novelas por fascículos que leía de pequeña, o a las novelas radiofónicas que escuchabamos por las noches...o a historias para no dormir...
Gracias por traernos de nuevo el relato. Un beso. bastek