sábado, 26 de julio de 2008

LA CABALA (Parte segunda)

Hay teólogos luteranos que no se avienen a englobar las Escrituras entre las cosas creadas por Dios y las definen como una encarnación del Espíritu Santo. Es imposible definir el Espíritu Santo separado de la sociedad de la que forma parte, la Trinidad Cristiana: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los católicos laicos la consideran un cuerpo colegiado infinitamente correcto y también aburrido, los liberales un vano guardián ideológico, una superstición que los muchos adelantos de la humanidad ya se encargarán de abolir. La Trinidad excede estas fórmulas . Imaginada de golpe parece un caso de deformación intelectual que solo el horror de una pesadilla pudo parir. Desligada del concepto de Redención, la distinción de las tres personas en una tiende a aparecer arbitraria.

Renunciar a la Santísima Trinidad es hacer de Jesús un delegado ocasional del Señor, un incidente de la historia, no el auditor continuo e imperecedero de nuestra devoción.
Si el Hijo no es también el Padre, la redención no es obra directa divina. Si no es eterno, tampoco lo será el sacrificio de haberse rebajado a ser hombre y haber muerto en la cruz. Así puede justificarse el Dogma, no obstante que los conceptos de generación del Hijo por el Padre, y del Espíritu Santo por los dos, son meras metáforas.

La teología, empeñada en diferenciarlas, sostiene que no hay motivo de confusión, porque el resultado de una generación es el Hijo, y de una segunda el Espíritu Santo. Los Doctores de la Iglesia sostienen que este, es la intimidad de Dios con nosotros, conclusión que podemos rechazar o venerar, pero nunca discutir. Y la tercera persona de esta enredada Trinidad es el reconocido autor de Las Sagradas Escrituras.

Si la Sagrada Escritura no es una escritura producida por una inteligencia infinita, ¿en que se diferencia del resto de las escrituras humanas? Tomemos el caso de un texto corriente —vgr. las menciones efímeras del periodismo— toleran una cantidad enorme de azar, comunican un hecho, suministran informaciones. Los párrafos de esa escritura son necesariamente casuales, pero si Dios dicta palabra por palabra lo que se propone decir (San Agustín), hace que la Escritura sea un texto absoluto donde el azar es cero.

Concebir de esta manera ese documento es un prodigio superior a cuantos consignan sus páginas, un libro impenetrable a la contingencia, un mecanismo de infinitos propósitos, de revelaciones infalibles. ¿Cómo no interrogarlo hasta lo absurdo? Es lo que han hecho los cabalistas, han preferido reducirlo a una expresión numérica, y más de uno enloquecer en el intento de interpretar esos resultados matemáticos. Burlarse de esas operaciones es fácil, pero tratar de entenderlas puede ser fatal.

1 comentario:

Maria dijo...

"y más de uno enloquecer en el intento de interpretar esos resultados matemáticos"... y hasta tienen vídeos en YouTube. Todo un descubrimiento para mi, pasé un ratito la mar de interesante.